Argonáutica.- (Hilas y las ninfas. A J.W. Waterhouse y Elisabeth Sidall)
Elisabeth habita
en el fondo del lago
junto a sus seis
hermanas que se llaman Elisabeth.
Entre los verdes
lotos destella el color rojo
de sus labios y el
cobre de su pelo incandescente;
bajo el agua respira
la dulce comisura de su pubis
y a flor de
superficie navegan paralelos
los botones
despiertos de su pecho.
Allí, bajo la
umbría, a medias sumergidas
se acercan poco a
poco; son las náyades
bellísimas de la
fuente Pegea.
En su mirada vive
una súplica turbia
de soledad helada y malherida, la opacidad
fría del desamparo
que las ha condenado
a este exilio de
agua, y el anhelo tenaz
e indestructible de
otro cuerpo distinto
que inunde su vacío,
allí donde palpita
la tentación oscura
del silencio
que mece en lo
profundo su existencia,
quien sabe si el
enigma de un tránsito
que dure
eternamente.
Te cogen de las
manos, te atrae una tras otra
hacia su boca, te
besan con ansiedad
tierna y apasionada,
solo existe la fiebre
de los labios ávidos
de otros labios…
Y te muerde la duda,
y aun no sabes
qué destino inmortal o que ahogamiento
espera bajo el agua; qué esconden en la ingenua
lividez de su abrazo,
qué perverso sonido
se oculta en el susurro
de su tenue llamada,
Y un viento repentino riza raudo la calma superficie
de su fuente.
Pero ya no recuerdas
la rudeza de Hércules,
de Polifemo y otros
que dijeron ser tuyos,
la soledad impuesta
por quienes hoy te ignoran
sentados a los remos
de una nave ya extraña
que se aleja entre
las olas del olvido
en busca de
cualquier dorado vellocino.
Inmerso ya, casi sin
advertirlo,
acaso respirando tan solo por su boca,
en la caricia de su blanca cintura y sus caderas
la llamada perenne y
abisal de su sexo.
Ya no importan ni la
vida ni el tiempo
solo el amor eterno bajo
el agua
colmando la memoria
pasada del vacío
y el llanto; solo sus besos, solo su corazón…
Ya no temes el
pálido misterio de su umbral dolorido
del sombrío aleteo
que anochece en sus párpados,
su vago matiz
triste, los caminos azules
que ascienden a la hondura secreta de su pubis,
la ternura recóndita
que envuelve por entero
tu erguida arquitectura,
ni el silencio perpetuo
que se mece en el
fondo de la fuente.
Y te sabes ya lívido y anegado de la
liquida
seducción de las bellas moradoras del agua.
Ya no importa si bajo
el agua habitan la muerte o el amor
porque sabes que
habitan el amor y la muerte.
Ahora solo ellas son hondamente tuyas
y tú les perteneces a ellas para siempre.
A.P. Marzo 2014