“ Sólo… verdes racimos de Proserpina, para que
ella exprima su vino mortal y lo entregue a los muertos” (Ch. Swimburne)
(A Saint John Perse,
también enterrado en el ‘cementerio marino’
de Hyères)
Tú me abres vastos atrios
donde otros racimos minerales
promulgan lo incisivo de tu
palabra sacra.
Tú yaces acallado en el justo
reposo
que acuna su geológica
marea
bajo este
cementerio, allí donde cantabas
con un aria solemne la eternidad del mar,
donde termina rauda la gloria de
los reyes,
donde el destierro habita un
agreste paisaje
de arenal y rastrojo, agotadas
las lágrimas,
inútil ya aquel dios
ensangrentado
que nos dijeron próximo,
desatados los vientos
sobre todas las cosas de este
mundo,
llegada ya la hora de la
liberación
de todos los pájaros lóbregos
como lanzas
como agudos venablos y azagayas
alzadas
con las lámparas llameantes de la
tierra,
posados en el inmenso árbol de la
tristeza,
o veloces levantando el
vuelo sobre los helechos
primeros de la infancia, como el
báculo
herrumbroso y espiral de la
muerte,
como la blanca ebullición sagrada
de la espuma.
Su final en silencio de piedras
lapidarias
sumidas en la hierba, ante la
inmensa piel
azul como el más largo sueño que
refleja
un cielo negro de infinitas y
exiguas
lejanísimas luces. Todo ese vasto
atrio
que me abres bajo la tierra
donde yaces mecido para siempre
de otro oscuro oleaje ante el templo del mar;
el mar, ante el mar, ante lo
eterno.