Se dicen los poemas que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados, piden ser, piden ritmo, piden ley para aquello que sienten excesivo.
Poesía para el pobre, poesía necesaria como el pan de cada día,como el aire que exigimos trece veces por minuto, para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
No es una poesía gota a gota pensada. No es un bello producto. No es un fruto perfecto. Es algo como el aire que todos respiramos y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son palabras que todos repetimos sintiendo como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado. Son lo más necesario: lo que no tiene nombre. Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.

(Gabriel Celaya)
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Instrucciones de uso.

La plantilla de este blog, como creo que no sería seguramente necesario explicar, tiene dos columnas independientes. La de la Izquierda, más ancha, con entradas, textos e imagenes, propias. Y la de la derecha, más estrecha, asimismo independiente aunque textos e imágenes de una y otra puedan coincidir a la misma altura en la pantalla.
Por lo demás se use y ojalá se abuse en el mejor sentido. Se admiten todos los comentarios y críticas. Significará que los poemas, textos o imágenes habrán podido sugerir algo positivo al visitante o lector.
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miércoles, 28 de marzo de 2012

John William Waterhouse. Penélope.

De Carmen Rubio


Has vuelto con la lluvia
para hurgar en mis sueños;
la voz entretejida entre las voces
vegetales del agua.

Tu cuerpo semidios o transparencia
desentraña esta herida
que quieren repartirse los voraces
que intrigan en el patio.

Vienes como de mar
con regalos de algas y luz para mis ojos
con collares de espumas
y olor a lejanía.

No quiero recibirte así, tan extranjero,
tan rapaz, tan nocturno…
Tu mar es mi enemigo. Cada noche
arrastra en su marea
el pañuelo de otra hasta mi orilla.

Ya no tiene sentido
tejer y destejer lo que sera sudario,
ocultarme a los ojos de los hombres
que codician mi lecho.
Debería sacar de los baules
las pulseras, la enagua de la primera vez,
las cintas del cabello, los afeites.
Debiera maldecirte, pero sigo
perfumando la cama por si llegas.


(Carmen Rubio López. Del poemario “El tiempo Detenido” Premio ‘Juan Alcaide’
Valdepeñas. Ciudad Real Ed. Toro de Barro)

viernes, 23 de marzo de 2012



Oda dorsal con asonante.-


Se que es larga la sombra de tus párpados
desde tus ojos infinitos y oscuros,
la trayectoria negra de tus ojos abiertos
claramente llamándome, de tus ojos bellísimos,
claramente llamándome.

Se que estallan de rojo vital como un incendio
para los besos tus entreabiertos labios;
y tu pecho me ofrece un paisaje de pájaros y valles
debajo de tu blusa donde palpita sensible
y fascinante.

Pero en tu lado oculto hay un paisaje cálido
que equilibra las órbitas de todos tus planetas;
porque tu eres la luna. Deja que te describan
con leve escalofrío la orografía de tu cara oscura,
mis besos incansables.

Allí donde tu cuerpo es reverso grandioso,
donde se alzan la gloria y la locura
del músculo y la piel con inmensa belleza;
en la postrer marea que levanta dulcísimo
el final de tu espalda, como suave oleaje.

Pero cierra los ojos, no mires hacia atrás,
recorreré la línea que desciende precisa
al enclave secreto donde late tu entrega,
hacia un mundo abisal de oscuridades
húmedas donde seamos amantes.

viernes, 16 de marzo de 2012

John William Waterhouse. The Lady of Shallot





La dama del Centro de Salud.- ( A Alfred Tennyson, con respeto)

Calles de Embajadores, Lavapiés,Tribulete,
empinadas de sol y de adoquines
camino abigarrado donde se abren
acaso las miradas de otras tierras lejanas
llegadas para buscar un poco de esperanza.
Hay lirios y narcisos que bordean mis pasos
cuando emprendo el camino que conduce
al Centro de Salud.

Hasta la torre doliente donde se halla oculta,
donde vive su vida de silencio desolada y lejana.
Inútilmente paso una vez y otra vez
al pie de sus ventanas donde nunca se asoma;
muchas gentes del barrio cuya piel es distinta
a las que ha ayudado dirían que la han visto,
susurrarían: “sí, es ella, es la enfermera dulce
del Centro de Salud.

Allí esta todo el día, tejiendo con trabajo
ímprobo el bienestar necesario para tantos,
pero también el mágico sudario para un muerto
hipotético que la acecha fuera de esas paredes,
la persistente maldición de un pálido
caballero que pasa una vez y otra vez junto a sus muros
y solo la pantalla imprescindible de ordenador
la lleva, nacarada, hacia lo externo del mundo
y los caminos tortuosos y tristes que suben
y se alejan del Centro de Salud.

A veces los viejos compañeros, las amigas, los médicos
la acompañan en las únicas horas donde tal vez
la vida le sonría un ápice y en su pantalla blanca
de ordenador no existe un mínimo aliciente
y otra voz renovada que le diga: “Es la enfermera dulce
del Centro de Salud.

Y con todo, no ceja en las horas oscuras de la noche
de buscar y buscar ante su espejo
poblado de silencios el resplandor que rompa
su hartazgo funeral de oscuridades.
Pero cerca cabalga el caballero pálido
que la busca hace ya mucho tiempo,
tal vez pensando que la bondad que adorna
su armadura sea el medio para asaltar el muro
del Centro de Salud.

Yo soy el caballero que pasa inútilmente
una vez y otra vez bajo la torre oscura
donde habita escondida. Quiza siempre temiese
que se rompiera el hilo que teje y que desteje
en la pantalla blanca que le habla del mundo
y hoy la vida de pronto se ha quebrado  una vez más
cumplida la maldición del caballero pálido
como un fatal y amargo meteoro que ha rajado el espejo
de la enfermera dulce del Centro de Salud.

El viento de la ira de nuevo ha sacudido
al final de la tarde los caminos que vuelven solitarios
y ella se aparta de la visión del caballero pálido
que no encontró jamás su rostro en la ventana
y se tiende en los brazos de la niebla
y el río desolado de la furia la arrastra
con ímpetu mientras la noche apaga
una tras otra todas las estrellas
y la vida se aleja rauda y entristecida
del Centro de Salud

Quizá fue más sincera y luminosa
la palabra callada de la pantalla blanca
de su espejo de nacar que la visión del triste
caballero que nunca la encontró en la ventana.
Ambos estaban muertos porque su larga historia
se alejaba flotando por el amargo río de los días,
desde aquellos del Centro de Salud.

Cualquiera hubiese dicho, quizá con extrañeza:
“qué desgraciado muro, qué maldición oscura
separó al caballero pálido de su dama?
Porque siempre fue bello el rostro de la dulce enfermera
del Centro de Salud.

16 Marzo 2012