Se dicen los poemas que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados, piden ser, piden ritmo, piden ley para aquello que sienten excesivo.
Poesía para el pobre, poesía necesaria como el pan de cada día,como el aire que exigimos trece veces por minuto, para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
No es una poesía gota a gota pensada. No es un bello producto. No es un fruto perfecto. Es algo como el aire que todos respiramos y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son palabras que todos repetimos sintiendo como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado. Son lo más necesario: lo que no tiene nombre. Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.

(Gabriel Celaya)
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Instrucciones de uso.

La plantilla de este blog, como creo que no sería seguramente necesario explicar, tiene dos columnas independientes. La de la Izquierda, más ancha, con entradas, textos e imagenes, propias. Y la de la derecha, más estrecha, asimismo independiente aunque textos e imágenes de una y otra puedan coincidir a la misma altura en la pantalla.
Por lo demás se use y ojalá se abuse en el mejor sentido. Se admiten todos los comentarios y críticas. Significará que los poemas, textos o imágenes habrán podido sugerir algo positivo al visitante o lector.
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PABLO GARCÍA BAENA

Biografía (de Wikipedia)

Asistió de niño al colegio Hermanos López Diéguez, en cuyo patio lo recuerda una lápida, y cursó el bachillerato en el colegio Francés, con los Maristas y en el colegio de la Asunción. Estudió pintura e historia del arte en la Escuela de Artes y Oficios de Córdoba, donde amistó con el pintor Ginés Liébana. A los 14 años leía ya a San Juan de la Cruz. Empieza a frecuentar la Biblioteca Provincial, donde conoce al también poeta Juan Bernier, quien le descubrió a Marcel Proust, Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas, Jorge Guillén y sobre todo Luis Cernuda. Empieza a publicar en la prensa local con poemas y dibujos, firmadoa a veces con una E mayúscula o con el seudónimo Luis de Cárdenas, en Caracola, en El Español y en La Estafeta Literaria. En el año 42 estrenó en Córdoba una versión teatral de cuatro poemas de San Juan de la Cruz. Rumor oculto, su primer poemario, apareció en la revista Fantasía en enero de 1946. En 1947 él y su amigo Ricardo Molina concurrieron al Premio Adonáis de poesía, sin éxito, por lo cual decidieron crear su propia revista junto con los poetas Juan Bernier, Julio Aumente y Mario López y los pintores Miguel del Moral y Ginés Liébana: Cántico (Córdoba, 1947-1949 y 1954-1957), que será una de las más importantes de la Posguerra española. Estos autores serán conocidos desde entonces como Grupo Cántico.

Cántico reivindicaba una mayor exigencia formal y estética y una mayor sensualidad, y enlazaba con la poesía de la Generación del 27, en especial con Luis Cernuda; barroca, exaltada y vitalista, su poesía influyó entre las generaciones más jóvenes sirviendo de puente entre los Novísimos y la Generación del 27. Entre Óleo, de 1958, y Almoneda (1971), sostuvo un largo silencio poético, roto ya definitivamente tras este último libro. 1964, junto con otros amigos, viajó por la Costa Azul francesa, la Riviera italiana, Milán, Florencia, Venecia, Roma, Nápoles, Capri, Atenas, Delfos, Athos, El Cairo y Alejandría. También hizo viajes ocasionales a Florida y Nueva York. A su vuelta en 1965 fijó su residencia primero en Torremolinos y finalmente en Benalmádena (Málaga), donde residió trabajando como anticuario hasta el año 2004 en que volvió a Córdoba. Es colaborador de distintos diarios nacionales y realiza lecturas y conferencias en los centros culturales españoles.

En 1984 recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y la Medalla de Oro de la Ciudad de Córdoba. Fue declarado Hijo Predilecto de Andalucía en 1988, y Premio Andalucía de las Letras en 1992. En 2004 recibió la Medalla de Oro de la Provincia de Málaga en la que pasó una gran parte de su vida. Actualmente, es miembro de la Comisión Asesora del Centro Andaluz de las Letras, del que es director. Su poesía posee un acento gongorino y sensualidad, e incluye la temática religiosa de los ritos y las procesiones. Su obra poética hasta la fecha se halla reunida en Poesía completa (1940-2008) (Madrid, Visor, 2008). En mayo de 2008 gana el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.

Obra :

Poesía

• Rumor oculto, en Fantasía (Madrid), 1946. Edición facsímil: Sevilla, Renacimiento, 1979, Suplemento de Calle del Aire

• Mientras cantan los pájaros, en Cántico (Córdoba), 1948. Edición facsímil: Córdoba, Diputación de Córdoba, 1983

• Antiguo muchacho, Madrid, Rialp, 1950, Adonais. 2.ª edición: Madrid, Ediciones La Palma, 1992

• Junio, Málaga, Col. A quien conmigo va, 1957

• Óleo, Madrid, Col. Ágora, 1958

• Antología poética, Córdoba, Ayuntamiento de Bujalance, 1959 (edición facsímil, 1995)

• Almoneda (12 viejos sonetos de ocasión), Málaga, El Guadalhorce, 1971

• Poesías (1946-1961), Málaga, Ateneo de Málaga, 1975

• Antes que el tiempo acabe, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1978

• Tres voces del verano, Málaga, Col. Villa Jaraba, 1980

• Poesía completa (1940-1980), introducción de Luis Antonio de Villena, Madrid, Visor Libros, 1982, Visor de poesía

• Gozos para la Navidad de Vicente Núñez, Madrid, Hiperión, 1984. 2.ª edición: Sevilla, Fundación El Monte, 1993

• El Sur de Pablo García Baena (Antología), introducción de Antonio Rodríguez Jiménez, Córdoba, Ayuntamiento de Córdoba / Ediciones de la Posada, 1988

• Antología última, Málaga, Instituto de Educación Secundaria Sierra Bermeja, 1989, Col. Tediria

• Fieles guirnaldas fugitivas, Melilla, Ciudad Autónoma de Melilla, Ayuntamiento de Melilla, 1990, Rusadir

• Prehistoria, Córdoba, Ayuntamiento de Córdoba, 1994, Cuadernos de la Posada

• Poniente (con dibujos de Pablo García Baena), Córdoba, Fernán Núñez, 1995, Cuadernos de Ulía

• Como el agua en la yedra (Antología esencial), introducción de Manuel Ángel Vázquez Medel, Sevilla, Fundación El Monte, 1998, La placeta

• Poesía completa (1940-1997), introducción de Luis Antonio de Villena, Madrid, Visor Libros, 1998, Visor de poesía

• Impresiones y paisajes, Cuenca, Ediciones Artesanas, 1999

• Recogimiento (Poesía, 1940-2000), estudio introductorio de Fernando Ortiz, bibliografía preparada por María Teresa García Galán, Málaga, Ayuntamiento de Málaga, 2000, Col. Ciudad del Paraíso

• En la quietud del tiempo (Antología poética), prólogo de José Pérez Olivares, Sevilla, Renacimiento, 2002

• Fieles guirnaldas fugitivas (Premio Ciudad de Melilla; Melilla, Rusadir, 1990; 2ª ed., San Sebastián de los Reyes, Universidad Popular José Hierro, 2006). ISBN 84-95710-29-3.

• Los Campos Elíseos (Valencia, Pre-Textos, 2006). ISBN 84-8191-729-X.

• Poesía completa (1940-2008), introducción de Luis Antonio de Villena, Madrid, Visor Libros, 2008, Colección Visor de poesía.

Prosa

• Lectivo, Jerez de la Frontera (Cádiz), Ayuntamiento de Jerez, 1983, Fin de Siglo

• El retablo de las cofradías (Pregón de Semana Santa en Córdoba, 1979), Córdoba, Diputación de Córdoba, 1984. 2.ª edición: Diario de Córdoba, 1997

• Calendario, Málaga, Col. El Manatí Dorado, 1992

• Ritual, Córdoba, Diputación de Córdoba, 1994

• Los libros, los poetas, las celebraciones, el olvido, prólogo de Rafael Pérez Estrada, Madrid, Huerga & Fierro, 1995, La rama dorada

• Vestíbulo del libro, Málaga, Junta de Andalucía, Consejería de Cultura, 1995

• Zahorí Picasso, Málaga, Rafael Inglada Ediciones, 1999

Bibliografía sobre el autor

• María Teresa García Galán, Esteticismo como rebeldía: la poética de Pablo García Baena (Sevilla, Renacimiento, 2003). Ensayo, 292 páginas, ISBN 84-8472-103-5.

• VV.AA., Casi un centenario: homenaje a Pablo García Baena (ed. Francisco Ruiz Noguera; Sevilla, Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, 2004). Miscelánea, 349 páginas, ISBN 84-8266-418-2.

• Lectura Poética de Pablo García Baena en la sesión número 60 del Aula Abentofail de Guadix

El contenido de este artículo incorpora material de una entrada de la enciclopedia del Ateneo de Córdoba, publicada en español bajo la licencia Creative Commons Compartir-Igual 3.0.

• Premio Príncipe de Asturias de las Letras 1984

García Baena, un sensual y preciso poeta

 Es uno de los autores más influyentes en las nuevas corrientes de la poesía española

 Se hizo conocido a partir de la publicación de la revista 'Cántico', en 1947



De CONCHA BARRIGÓS (EFE)

MADRID.- El ganador del XVII Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el cordobés Pablo García Baena, ha dedicado buena parte de sus 84 años de vida a la búsqueda de la perfección técnica del lenguaje con el que expresa la luz y sensualidad que ha arrebatado a generaciones de poetas en lengua española.

Su trabajo está considerado como uno de los que más ha influido en las nuevas corrientes de la poesía española.

Sensual, melancólico, estético y religioso, García Baena, nacido el 29 de junio de 1923, se "juntó" con sus amigos Juan Bernier y Ricardo Molina para fundar la revista 'Cántico' en 1947, que dio voz a artistas como los poetas Julio Aumente y Mario López, y los pintores Miguel Moral y Ginés Liébana.

La publicación fue el germen que dio nombre al grupo poético que serviría luego de enlace entre la generación del 27 y ellos, la llamada 'nueva poesía', aunque él huye de inscribirse "en rebaños y en grupos".

"Eso del Grupo Cántico está muy bien, pero no responde a una serie de personas que defiendan las mismas ideas sobre la poesía. Nos unía el culto al lenguaje, entre otras cosas, pero la forma de trabajar era muy distinta en unos y otros", explicaba en 2006, cuando recibió el Premio Ojo Crítico.

El Premio Príncipe de Asturias de las Letras 1984 es un "barroco muy del lado de Góngora", una descripción que a él le hace "gracia", pero de la que desconfía a veces, ya que "cuando un neoclásico te llama barroco te está diciendo que es una poesía abigarrada, andaluza, llena de recovecos, de curvas y de palabras raras".

El creador, admirador declarado de Juan Ramón Jiménez y, en especial, de Luis Cernuda, estudió Dibujo e Historia del Arte y "quizá por eso" su actividad poética siempre ha estado vinculada a la pintura, los tapices y al comercio de antigüedades.

"Creo que soy un poeta pintor, porque, como decía Cernuda, una de las alas de la poesía es la mirada", explica el director desde años del Centro Andaluz de las Letras.

En 1942 empezó a colaborar en el diario local con poemas y dibujos que solía firmar con una 'E'. Después lo hizo con su nombre y con el seudónimo de Luis Cárdenas para 'El Español' y 'La Estafeta Literaria'.

Cuando ya tenía 40 años, se dedicó a recorrer durante un año la Costa Azul francesa, la Riviera italiana, Atenas, Delfos y Athos, y ciudades como El Cairo y Alejandría.

Ya de vuelta, en 1965, se instaló en Málaga y abrió, en el centro de Torremolinos, una tienda de antigüedades. Desde hace tres años reside en su ciudad natal.

Un premio a toda su obra

Es autor de poemarios como 'Rumor oculto' (1946), 'Mientras cantan los pájaros' (1948), 'Antiguo muchacho' (1950), 'Junio' (1957), 'Óleo' (1958), 'Antología poética' (1959), 'Almoneda' (1971), 'Poemas' (1975), 'Fieles guirnaldas fugitivas' (1982), 'Gozos para la Navidad de Vicente Núñez' (1984), 'Poesía completa: 1940-1997' (1998), 'En la quietud del tiempo' (2002), y 'Los Campos Elíseos' (2006).

También ha publicado los ensayos y libros de prosa 'Lectivo' (1983), 'El retablo de las cofradías' (1985), 'Los libros, los poetas, las celebraciones, el olvido' (1995) y 'Zahorí Picasso' (1999).

García Baena ha recibido, entre otras distinciones, el Premio Nacional de Literatura (1991), el Premio Andalucía de las Letras (1991), el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla (1989), el Premio Ojo Crítico (2006) y es Hijo Predilecto de Córdoba (1984) y de Andalucía (1988).



Pablo Garcia Baena POEMAS

Amantes .-

El que todo lo ama con las manos
despierta la caricia de las cítaras,
siente el silencio y su pesada carne
fluyendo como ungüento entre los dedos,
lame la lenta lengua de sus manos
el hueso de la tarde y sus sortijas
se enredan en el ave adormecida
del viento. Labra en mármoles de humo
el cuerpo palpitante del abrazo
extenuado cual cervato agónico,
y con el pico frío de sus uñas
monda la oliva efímera del beso.
El que se ama solo, el que se sueña
bajo el deseo blanco de las sábanas,
el que llora por sí, el que se pierde
tras espejos de lluvia y el que busca
su boca cuando bebe el don del vino,
el que sorbe en la axila de la rosa
la pereza oferente de sus hombros,
el que encuentra los muslos del aljibe
contra sus muslos, como un saurio verde
sobre el mármol desnudo e inviolado,
ese que pisa, sombra, desdeñoso
el pavimento de las madrugadas.
El que ama un instante, peregrino
voluble, de flauta hasta los labios,
de la trenza al citiso, de los cisnes
a la garganta, de la perla al párpado,
de la cintura al ágata, del paje
a la calandria y tras él, silente
va talando el olvido de las mieses altas,
tirso áureos de espigas, leves brotes,
todo un bosque confuso de recuerdos,
y él va cantando, ruiseñor nocturno,
capricho y galanía, bajo la luna.
Y el que besa llorando y el que sólo
sabe ofrecer y aquel que cubre el pecho,
para no amar, de oscuro arnés, sonrisa
y un gerifalte lleva silencioso
devorando su corazón de gules.
Todos, la noche maga con su rezo
los enloquece, clava en sus pupilas
el helor de su vaga nieve negra,
les da a beber rencor entre sus manos,
los hurta en el arzón de sus corceles,
los trae y los lleva como mar en cólera,
coronadas las olas de sollozos,
de cabelleras náufragas, de sangre,
y los devuelve dulces, poseídos,
hasta la playa bruna y solitaria.



Antiguo Muchacho .-

Entre la noche era la madreselva como de música
y el sueño en nuestros párpados abejas que extraían
de las lluviosas arpas del otoño
un panal de violetas y silencio.
Con un escalofrío se presentía
entonces el amor fugitivo
como un trovador, bello de lazos y de cintas,
que, junto a un cenador donde una tea alumbra,
bajara por la escala del desmayado cuerpo de la infanta
al par que entre la fronda el ruiseñor perfuma de armonía la noche.
Erraba en las almenas un vago suspirar de abandonados velos,
de cabelleras lánguidas flotando en los estanques
y un ajimez quedaba solo frente a la luna
adormecida por el laúd de los besos.
Revivo la mirada pálida de los espejos
y mi rostro preguntando en su oráculo,
y la mano que repasaba, lenta, mis mejillas, mis labios.
Había una ventana donde el mar convertía en espumas sus cisnes,
y en los aparadores bandejas con membrillos cocidos
y el tarro de las guindas,
y las cidras frías por el mármol de la madrugada,
y los dulces de piñonate en su estrella de papel rizado.
El domingo escalaba con su luz amarilla,
con su parra latiendo de áureos cimbalillos,
los álamos sombríos del invierno,
y las horas, veloces, agitaban sus pétalos
como rosal que deja su nieve por el aire.
Y la noche llegaba al campo reclinando su cabeza en los montes,
y un miedo suave bajaba con el ladrido de los perros por las cañadas,
y la última garza de la tarde dormía entre los juncos.
Decidme dónde tengo aquel niño con el cuelo sujeto de bufandas
y la enorme mosca negra de la fiebre aleteando en mis sienes,
y en torno de mi lecho, Sandokán con la perla roja en su turbante
y Aramis perfumado de unción episcopal,
y Robinsón bajo el verde loro balanceante de los bambúes.
Aquel cerrado mirador, entre lutos,
donde paraban todos los años la Oración del Huerto
cuando el Jueves Santo gemía en su larga trompeta morada.
Y la Virgen Dormida, en un agosto de bengalas,
y los muertos contemplando desde su balaustrada de ausencias
las débiles lamparillas de la noche de Todos los Santos.
Llovía en los cristales. Ahora, silenciosos, vuelven tristes perfiles,
voces que pálidas renacen,
como hojas arrastradas a un otoño de olvido.
Y como el nadador, dichosamente cansado,
deja escurrir los dedos del agua por su cuerpo desnudo
volviendo su mirada hacia la playa,
así a ti me vuelvo,
buscado tu sonrisa en mi sonrisa,
tu mirar en mis ojos
y tu honda voz pura, antiguo muchacho,
fluyendo como un agua fresquísima
del manantial cegado de los días.


Junio


Oh, sé que he de buscarte
cuando el otoño abrume con sus frutos goteantes
la tierra,
cuando las mozas pasen mordiendo los racimos
como si fueran labios,
cuando las piernas rudas de los hombres
se tiñan con la sangre púrpura de las vides
y quede una canción flotando en el azul helor de la tarde
madura.
Oh, sé que he de buscarte.
Cuando caiga en el río el beso desmayado de la última
adelfa buscaré tus pisadas sobre la arena tibia
donde tu cuerpo expiraba bajo el mío
como un talle verde en el suspenso mediodía.
Oh, sé que he de buscarte
cuando el dormido cisne del otoño aletee en su nido;
pero Junio es ahora un pastor silencioso
que coronan los oros sagrados de la trilla,
y yo bebo en tu cuerpo la música desnuda
que languidece en los violines lentos de la siesta.
Oh, yo sé que he de buscarte
cuando la campiña despierte del letargo amarillo
de los élitros;
pero ahora es tu cuerpo sólo, tu cuerpo junto al mío,
mientras Junio incendia la felicidad de los montes
más lejanos
y el río besa tímidamente nuestros pies
como si Narciso nos contemplara con sus diluidos ojos
verdes de agua.


Elegía


Me envuelvo en tu recuerdo
como en nieblas secretas que me apartan del mundo.
En la calle sonrío al amigo que pasa,
y nadie,
nunca nadie
adivinó mi muerte bajo aquella sonrisa
ni el frío sin consuelo de mis ojos que ciegan
pidiendo de los tuyos más desdén,
más veneno.
Ahora que la tarde se derrumba en las sombras,
y que el libro de versos resbala por mis manos,
ahora que la lluvia llora por los cristales
de mi ventana,
y llanto va a caer de mis ojos,
antes de que una mano encienda la dorada
llama de mi quinqué,
dime si tú no sueñas en tu balcón, ahora
que la lluvia nos une a los dos con sus lágrimas,
o si sobre el teclado de tu piano oscuro
agoniza Chopin
bajo tus manos trémulas.
Nunca sabrás el loco deseo que me tortura
de cautivar tus labios bajo mi boca ávida,
y sentir el latido de tu sien en mi mano
aprisionada como un pájaro aterido.
Pero no sabrás nunca nada de mi deseo.
Nada de cuando pienso desgarrar con mis dientes
los azules canales de tus venas
y juntos
morirnos desangrados, confundidas las sangres.
Pero estamos ajenos.
Yo sigo en mi ventana,
y tú soñando en otro mientras Chopin suspira,
ahora que aún no arde en mi quinqué la luz
y que a los dos nos une la lluvia con sus lágrimas.


Día de la ira


Desnúdame, no tengo ya otra cosa.
El labio casi helado de besar tanta muerte.
Sájame la mirada, deja el ojo sin lágrimas
como una carne mísera, tibia para las moscas.
Sobre tu piedra estoy, no vencido, ligado:
hiere y al turbio caño de la sangre el impuro
animal de vagido caliente perezca,
pues que amó la carne y su comercio
y fue carnal el llanto para él, como un miedo
cobarde de pichones en las manos
y la oración un pétalo manchado entre los dientes.
Raspa, rae de mi lengua su nombre, si aún tienes
en el día del rigor panales de dulzura
y opera con tu largo bisturí de clemencia
el corazón, la entraña que no tuvo cansancio
ni olvido en el sopor del vino y de las noches
y que implacablemente perseguías
por las angostas calles de la antigua tristeza.
Rebana de los dedos su urdimbre de caricias
y deja que mis manos palpen ciegas y ajenas
la larga tela fría del desengaño.
Inerme sobre el mármol escucho el viento tuyo
de las trompas alzadas a la luna postrera,
cuando el ángel apaga la lucerna del tiempo
y remueve las vendas,
el sombrío aposento de las urnas,
el agujero oscuro, el cenotafio...
Porque desnudo estoy ante ti y te temo.



Delfos


A Julio Aumente Martínez-Rücker


Alza la frente de almenados bucles
entre montañas, roto perfil póstumo,
cuyos cabellos negros como el bosque
carmena el lobo.

Alza la frente y vuelve tu mirada
al apagado astro de la tierra;
ningún augur dijo de tu ruina,
altiva Delfos.

Inertes aras tenazmente mudas
ocultan signos, amordazan lenguas,
mientras altos vigilan al acecho
feroces dioses.

¿Dónde tu voz? Carneros otomanos
gotearon su lardo por tus mármoles
y el exarca cubrió de joyas bárbaras
apoxiomenos.

Crecieron tus laureles para el cónsul,
el dux, el victorioso, los tiranos;
te asolaron sacrílegas pezuñas
del bestiario.

Olvido fue cerniendo las arenas.
Fugaz nube es la púrpura... Fielmente
el jaramago erige gualdas flautas,
hímnicos cantos.

¿Qué esperas del oráculo, Pablo García Baena,
si tu vida es recuerdo, tapiado columbario
donde un cadáver se deshace
celosamente embalsamado por ti de algalias olorosas
y están tus pasos numerados como un libro
que dudoso repasas a la lámpara
y donde sólo falta el colofón
y las exequias en final viñeta?
¿Qué intentas que te diga esa velada Pitia,
esa obstinada esperanza furiosa
que se remueve como alimaña entre el heno segado,
si para ti ya ha muerto el amor y los días
son naipes que abandonas de un juego ya perdido?
¿Qué haces en la noche de Delfos,
junto al abismo que arañan los olivos,
con el lejano pavés del mar sagrado
centelleante a la indecisa luna
y el canto de los alemanes de un tour
profanando la calma augusta de las piedras?
Si ya el aviso de la anocheciente corneja
sonó lóbrego
y Apolo huyó de ti llevándose la luz,
¿no será ésta la noche del balance,
noche de la balanza donde arrojes tus días,
los mortales obsequios oferentes,
solitario, pobre, triste, casi cincuenta años,
tímido, huraño, callado y sonriente
Pablo García Baena?
Despójate del íntimo pingajo,
del último jirón, tiernos harapos
enmadreciendo heridas, zarpas, gritos,
y avanza solo en noche hacia el enigma,
desnudo hacia la voz, al desolado
carril de tu destino. Miente, habla,
silente trípode.