Pecio.-
el que balanceaba mis restos sumergidos
con el tenue vaivén de su cariciasalobre y submarina;
y cabalgaba blanca y arrebatada
como una ola erguida sobre mi sexo
inmerso en el misterio líquido de su entraña.
Y era su aura de sombra ancestral y marítima
la que mecía el pecio hondo y azul
de mi naufragio como algas que danzasen
con canto de mareas al fondo de su océano.
Yo recordaba Itaca y sus costas abruptas
y el desabrido suelo de su lar desolado
inerte al inclemente viento de su némesis.
Yo anhelaba la patria mientras cruzaba el mar
y llegaba a su costa terrestre y áspera,
sólida y calcinada de la desesperanza
que retuerce los troncos de los viejos olivos.
Y entonces empezaba este otro destierro
de añoranza del mar y su terrible herida
submarina y salobre y su oleaje
blanco y arrebatado, perdido para siempre,
que ahora mece al fondo de su océano
con su lenta caricia otro naufragio.
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