Se dicen los poemas que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados, piden ser, piden ritmo, piden ley para aquello que sienten excesivo.
Poesía para el pobre, poesía necesaria como el pan de cada día,como el aire que exigimos trece veces por minuto, para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
No es una poesía gota a gota pensada. No es un bello producto. No es un fruto perfecto. Es algo como el aire que todos respiramos y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son palabras que todos repetimos sintiendo como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado. Son lo más necesario: lo que no tiene nombre. Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.

(Gabriel Celaya)
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Instrucciones de uso.

La plantilla de este blog, como creo que no sería seguramente necesario explicar, tiene dos columnas independientes. La de la Izquierda, más ancha, con entradas, textos e imagenes, propias. Y la de la derecha, más estrecha, asimismo independiente aunque textos e imágenes de una y otra puedan coincidir a la misma altura en la pantalla.
Por lo demás se use y ojalá se abuse en el mejor sentido. Se admiten todos los comentarios y críticas. Significará que los poemas, textos o imágenes habrán podido sugerir algo positivo al visitante o lector.
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domingo, 16 de octubre de 2011


















Pecio.-

Tenía un ritmo oscuro de escondido oleaje,
el que balanceaba mis restos sumergidos
con el tenue vaivén de su caricia
salobre y submarina;
y cabalgaba blanca y arrebatada
como una ola erguida sobre mi sexo
inmerso en el misterio líquido de su entraña.
Y era su aura de sombra ancestral y marítima
la que mecía el pecio hondo y azul
de mi naufragio como algas que danzasen
con canto de mareas al fondo de su océano.

Yo recordaba Itaca y sus costas abruptas
y el desabrido suelo de su lar desolado
inerte al inclemente viento de su némesis.
Yo anhelaba la patria mientras cruzaba el mar
y llegaba a su costa terrestre y áspera,
sólida y calcinada de la desesperanza
que retuerce los troncos de los viejos olivos.
Y entonces empezaba este otro destierro
de añoranza del mar y su terrible herida
submarina y salobre y su oleaje
blanco y arrebatado, perdido para siempre,
que ahora mece al fondo de su océano
con su lenta caricia otro naufragio.

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