Se dicen los poemas que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados, piden ser, piden ritmo, piden ley para aquello que sienten excesivo.
Poesía para el pobre, poesía necesaria como el pan de cada día,como el aire que exigimos trece veces por minuto, para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
No es una poesía gota a gota pensada. No es un bello producto. No es un fruto perfecto. Es algo como el aire que todos respiramos y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son palabras que todos repetimos sintiendo como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado. Son lo más necesario: lo que no tiene nombre. Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.

(Gabriel Celaya)
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Instrucciones de uso.

La plantilla de este blog, como creo que no sería seguramente necesario explicar, tiene dos columnas independientes. La de la Izquierda, más ancha, con entradas, textos e imagenes, propias. Y la de la derecha, más estrecha, asimismo independiente aunque textos e imágenes de una y otra puedan coincidir a la misma altura en la pantalla.
Por lo demás se use y ojalá se abuse en el mejor sentido. Se admiten todos los comentarios y críticas. Significará que los poemas, textos o imágenes habrán podido sugerir algo positivo al visitante o lector.
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RELATOS BREVES


Verne.

No recuerdo si fue, en mi juventud, una gripe, una gastroenteritis o incluso neumonía pero en la breve convalecencia yo leía una tras otra las novelas de Julio Verne.

En una de sus visitas el médico hizo un comentario algo impertinente como los habituales entre algunos de los de su profesión que creen que tienen carta blanca para opinar, no ya sobre los pulmones o el estomago del paciente sino también sobre sus costumbres o sus gustos. Y éste hizo un comentario sobre el carácter infantil de mi lectura y yo educadamente le solté un rollo sobre el valor de síntoma histórico de la exégesis de Verne y su documentación exhaustiva y su intuición visionaria.

Pasado el tiempo yo constataba haber vivido a muchas leguas de las profundidades oceánicas, de las cumbres de la cordillera de los Andes, de las estepas rusas que cruza el ferrocarril transiberiano o las hordas mongoles o de los exóticos países del oriente asiático, además de la imposibilidad de acceder a la entraña de la tierra dado su carácter de roca fundida a temperaturas y presiones inimaginables a escasos kilómetros de la superficie.

Y dejé de ser Nemo, Aronax, Lidenbrock, Miguel Strogoff o Phileas Fog. La vida y el entorno se desenvolvieron a toda velocidad imponiendo su patrón de adocenamiento, de vulgaridad, de esquema preestablecido, de no saber en realidad qué estaba sucediendo y sobre todo, sin tener la capacidad para interpretar cada hecho, aparentemente intrascendente y en realidad determinante, en resumen, sin entender nada y dejándome llevar por la corriente de los días sin tomar las riendas de la vida.

El Nautilus se sumergió sin mí, nunca encontré la entrada que en la ladera interna del cráter del Sneffels había descrito Arne Saknussem, no supe jamás si los hijos del Capitan Grant encontraron a su padre y perdí desastrosamente y con mucho la apuesta de circunvalar el globo planetario en el plazo aventurado.

Hoy vuelve el médico a hacer su examen clínico pero es otra mi enfermedad y mi diagnóstico y al cabo de los años son otras también mis lecturas. Lo sombrío de su gesto no me engaña. No queda tiempo ya para aventura alguna , no queda tiempo para ningún sueño. Con expresión que quiere ser amable me recomienda distraerme y me dice que lea y que, por ejemplo, siempre le resultaron apasionantes las noveles de Julio Verne.

6.4.12


Segurata. (relatillo antiguo y sin fecha)

Pero cómo se les había ocurrido echarle de la empresa? Habían llegado a decirle que era un inútil, que no servía para nada. A él tan eficiente y “echado paralante” en todo. Si le viesen ahora en su nuevo trabajo , uniformado, cazadora color caqui con hombreras, con un aspecto de duro que daba miedo, y unos aires de fiereza como siempre había soñado. Le pesaba algo la porra pero estaba orgulloso de llevarla y también las esposas colgando en el cinto. En las cartucheras , tan marciales, guardaba las llaves de las puertas pero bueno, a él le hubiera gustado llevar pistola, y cartuchos claro, que no le dejaban, cosas de la asquerosa democracia. Se cepillaría a cualquier facineroso que pillase en los andenes, y a los drogatas y a todos los astrosos y a los rojos de mierda.

Cargado de chatarra colgada al cinto que no le cabía más, sin comerlo ni beberlo se encontró de frente con un grupo de punkis, anarkas, antisistema, o lo que fuesen que armaban cierto jaleo en el andén de Antón Martín. Cuando le vieron, uno de aquellos macarras le gritó con sonrisa de sorna: Eh segurata! Vente a la fiesta! Dios! Hasta ahí podían llegar las cosas! Debía pedir refuerzos inmediatamente. Para ello salió corriendo exactamente en dirección contraria a donde estaban los punkis, pero se le engancharon las esposas en la manilla de una puerta, y se fue de bruces al suelo dándose una hostia considerable. Los macarras le pasaban por encima y alguno le dio palmaditas mientras le preguntaba: Estás bien chaval? Cuando se quiso dar cuenta había perdido las llaves sin poder encontrarlas. Le despidieron.
























Hijas.

Pero Beren, tía, no exageres. Sabemos de sobra que tu eres la preferida de papá, que siempre has sido su niñita, su hijita querida, y por lo tanto, tu le adoras y todo lo que hace te parece maravilloso y magnífico y efectivamente lo es, pero vamos, tía, yo creo, con todo mi cariño, que te pasas siete pueblos. Luis, mi novio, también ha leído tu carta y opina un poco como yo, y por otro lado y no te enfades, pensamos que tratas de compensar de algún modo que Alfonso tu marido no se ha portado esta vez con papá. Berenguela, hija, vale que entre papá, Sancho, Pedro y Diego López se hayan pasado por el forro a cien mil sarracenos, vale que entre los nuestros solo haya habido doscientas bajas, vale que les hayais trincado cien mil tiendas y veinte mil flechas, que Miramamolín sea un cagueta y no haya parado desde Las Navas de Tolosa hasta Jaén y todas las cosas que cuentas pero que papá te ha dejado ir con él a la batalla… eso no te lo crees ni tu. Vale hermanita. Blanca

Diciembre 2011


Cóctel.-

En el bar se oía el tintineo de las copas y la música llegaba con el volumen adecuado. Era un experto haciendo cócteles. Lo preparó con calma, los ingredientes justos, medidos, y el efecto cantado, explosivo. Lo iban a saborear con delectación. Agitó la gasolina en la botella y le prendió la mecha casi al tiempo en que lo arrojaba contra el escaparate. En medio del caos entró en el bar y reventó la caja sin problemas.





Mendigos.-

Por las mañanas, ya de modo rutinario, iba a un bar oscuro, de decoración antigua, algo escondido en una calleja del barrio y frecuentado por un par de mendigos que casi inamovibles, parecían parte del mobiliario. Uno viejo, de pelo y barba blancos muy crecidos y descuidados, con un anorak astroso y una gorrilla de visera de color indefinible. El otro, de aspecto más joven pero hermético en la barra, que cambiaba solo muy de vez en cuando un par de palabras con el camarero.
Les veía siempre mientras hojeaba mi periódico y bebía el café con cierto sentimiento de compasión y también de rechazo hacia ellos, antes de acudir al trabajo. Alguno sorprendía en ocasiones mi mirada y me la devolvía con cierta insolencia, algo molesto como diciendo: “qué miras?, qué mosca te ha picado?”
Por entonces la crisis se cebaba en la economía del país y aquello parecía no tener final ni fondo y desde luego todo se deterioraba poco a poco; el paro laboral alcanzó cifras nunca vistas y muchos miles de trabajadores fueron despedidos. Yo fui uno de ellos porque la que había sido mi empresa me fulminó de improviso en un expediente de regulación con una indemnización bastante ridícula sin que tuviese opción a otra cosa.
Y en casa tuvimos que empezar a apretarnos el cinturón. De pronto me vi en las colas de la oficina de empleo que antes había compadecido al pasar tantas veces, con todo su caos añadido; levantarse a las cinco o las seis de la mañana, las consiguientes discusiones y protestas, la corruptela de la venta y reventa de los puestos en la cola, el trato despectivo de los encargados y el agobio y la tristeza que todo ello suponía.
Hice algunos trabajos simples y breves, incluso algo humillantes, que prolongaron  una subsistencia cada vez más precaria, hasta que se agotaron todas mis posibilidades.
Pero la situación se volvió insoportable. Los continuos reproches cada vez más amargos de mi mujer degeneraron en un infierno. Sin embargo no me sentía culpable y llegó un momento en que no pude soportar aquello por más tiempo. Ella me conminó además con una especie de ultimátum. Salí de casa para no volver.
Con un esfuerzo enorme y una gran dosis de desagrado me acogí esa primera noche en el albergue para indigentes de las monjas pero sin un duro en el bolsillo no tuve más remedio que prolongar allí la solución para pernoctar; también resolví de momento la alimentación en el comedor que las mismas monjas abrían a personas en situación de pobreza.
Una noche, sentado en un banco público, la bolsa de viaje, ya un tanto machacada , donde transportaba mis escasas pertenencias, desapareció, y mi única ropa comenzó a deteriorarse poco a poco. La higiene que había sido habitual se transformó en un escaso aseo en los baños de algún establecimiento público que me acarreaba las malas palabras de los vigilantes o responsables y acabé por hacerlo cuando podía en las fuentes de algún parque no demasiado concurrido. Ya nada me importaba y el hambre y la angustia me llevaban en ocasiones a procurarme el sueño a base de meterme en el cuerpo un cartón de vino birlado de milagro en algún sitio.
No desdeñé unas monedas que alguien me dejó sobre la acera, un día , en que, sentado, me quedaba dormido, y volví al bar del callejón donde antes bebía mi café por las mañanas. Un hombre frente a mí hojeaba el periódico mientras daba breves sorbos a su vaso y me dirigía la mirada insistente con un cierto atisbo entre compasivo y de desprecio. Sin pensarlo le espeté de pronto: “Qué miras? Qué mosca te ha picado?”


A. Piquer Oct-Nov 2011






Homérica.
Se marchó. Aún por breves días. La esencia de la marcha no era el tiempo sino el hecho en sí mismo de marcharse. Se marchó tras el destrozo interno de los últimos meses de ira y de tristeza, tras la guerra insufrible ya demasiado larga que había cercenado el tiempo del sosiego, del trabajo, la sonrisa y la vida; el tiempo del sol y de la lluvia, de la charla tranquila, del descanso y el sueño; los recuerdos, el hoy y los proyectos, el tiempo del amor apasionado y el tiempo del amor serenado por el tiempo y los días.

El amor secuestrado, raptado hace ya mucho tiempo, casi sin advertirlo; su ilusión juvenil y la complicidad , la entrega, la excitación profunda y el gozo de la piel con la piel, y el futuro, todo lo que se crea entre los que se aman, todo le fue robado.

Desde entonces la vida había sido solamente embarcarse hacia el mar de la ira, hacia el combate perenne y enconado del continuo desencuentro y la amargura, del inútil asalto de una muralla dura e inamovible. Y tocaba el regreso, la soledad del viaje y el retorno en el silencio de otro tiempo extraño, quizá de expiación o de memoria o tal vez solamente de olvido. Con el miedo profundo a otro periplo desconocido y último. Viaje final y físico en el espacio que rematase el otro viaje permanente de la vida.

El rapto, la guerra y su destrozo, y el retorno. Al propio corazón, como un tapiz tejido y destejido tantas noches, como un sudario inexorablemente terminado.

29 Julio-1agosto 2011




Nudo.-

Entonces varios capitanes de las falanges se le acercaron entre el griterío jubiloso de los hoplitas para decirle: “Basileos: Sólo un militar, un conquistador, un verdadero jefe como tú habría desenvainado la espada para partir este maldito nudo sin vacilar!”
Él calló. Jamás confesaría que durante la oscuridad de la noche y sin que nadie le viese había intentado largamente deshacerlo de todas las maneras posibles sin resultado.

A. Piquer Junio 11


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Roy Lichtenstein. Kiss

ARTE POP. (Dos versiones del mismo relato)

Arte Pop (I).-

Llegabas siempre tarde. El trabajo agotador en la imprenta, decías, entre el ruido contínuo de las “Heidelberg” imprimiendo miles de ejemplares sin parar; y el contacto y el tiempo entre los dos se reducía poco a poco a una mera línea negra de contorno y el color de la vida se deshacía degradado y desvahido como una de esas tramas fotomecánicas de puntos. Pero fue precisamente allí donde le conocí. Se llamaba Roy y fue él quien mantuvo sólido e intenso el color de mis labios con sus besos.

Arte Pop (II).-

Llegabas siempre tarde. El trabajo agotador en el estudio, horas y horas sin medida encima de los cuadros, siempre los cuadros y también las relaciones públicas, necesarias decías, las conversaciones hasta las tantas, a caballo entre la venta y el ligue con las galeristas, con los clientes, por supuesto con las clientas, el montaje de las exposiciones, las inauguraciones…
Y ahora el trabajo añadido de la obra gráfica, pretendidamente crítica con la cultura de consumo, sobre su iconografía popular; esa crítica que pensabas implícita y sin embargo contradictoria, un tiro por la culata. Pero no te lo decía. Y el tiempo y el contacto entre los dos se reducía poco a poco a una mera línea de contorno y el color de la vida,  a una de esas tramas de puntos que te fascinaban,  y cualquier queja por mi parte era recibida con una de tus irónicas interjecciones: “Whaam!”, “Pow!” , “Pam!”, qué gracia.
Pero fue precisamente en la galería donde le conocí. El trabajaba con colores modelados e intensos. Solo él mantuvo el color de mis labios con sus besos.

Junio 2011




Nadie.-

El cíclope le preguntó: "¿Cómo te llamas y quien eres que has podido herirme y ofenderme de este modo?" Y él respondió: "Me llamo nadie y soy nadie". El cíclope dijo: "Solo porque me has visto grande y feo y quizá has pensado al ver mi único ojo que mi alma o mi reflexión eran inferiores a las tuyas, has decidido producirme la ceguera. Si hubieses sido alguien tus hechos, tu nobleza y tu bondad tal vez me habrían devuelto la visión completa rogando a los dioses que me concedieran un segundo ojo. Mi ceguera es consecuencia de tu incapacidad para ser, de tu inexistencia." Él embarcó en su nave, avergonzado, junto a los camaradas cómplices disfrazados cínicamente de la bondad de los corderos.

Junio 2011

















Louis-Vincent-Léon Pallière, La masacre de los pretendientes de
Penélope por Ulises y Telémaco, óleo sobre lienzo, 1812


ABSURDO

Por pura suerte escapó al hechizo de Circe que había convertido en cerdos a todos sus camaradas. Se arrojó al mar desde el cantil horrorizado ante aquel súbito y terrible destino y no supo más de Odiseo ni de la suerte corrida por el resto de los griegos.
Y cuando, rendido de cansancio y desesperación, decidió abandonarse a la muerte entre las olas, una nave de Thera le recogió del agua y pasados los días le desembarcó, salvado, en el suelo de Itaca.
Nadie supo desde entonces que contó su historia con discreción a Penélope; que le dio esperanza y le dijo que el esposo aún vivía pugnando contra dioses , hombres y elementos para regresar un día junto a ella. Que, también, con astucia para no ser acaso descubierto por los torpes y codiciosos pretendientes y casi disfrazado como uno más de ellos, protegía a la reina de su acoso brutal en ocasiones o desviaba su airada impaciencia con hábiles argucias.
Y llegado el día de la ira, cuando aquel extraño mendigo descubrió sus harapos mientras tensaba el arco del rey ante el asombro aterrorizado de los presentes, las flechas rapidísimas volaron alrededor numerosas y sin distinciones y una de ellas le partió el corazón. Y el suelo de la "stoa" se empapó de la sangre donde aún batían las olas del Egeo, las olas de la amistad, de la fidelidad y la memoria y también las de la guerra, las de la violencia y la venganza, las olas de la muerte y del absurdo.

Alfredo Piquer  Mayo 11




Viejo.-

Alguien dijo a su lado: Estos viejos no se enteran de nada. No oyó la frase, desde luego, recordando el bullicio de las calles y los cafés del puerto, la brisa en las buganvillas y los jazmines sobre las casas encaladas y las ventanas y las puertas de azul como el mar, y las notas melancólicas del bouzouki por la noche, todas las mozas y los mozos enlazados por los hombros bailando el Pentozali o el Sirtaki.

Tantas veces había percibido el rumor de las olas en la playa o el sordo temblor del suelo y el aullido de todos los perros del pueblo inmediatamente antes y levantado la vista al minarete turco de Agios Nicolaos por si oscilaba. Y el rezo musitado de los popes que se tapaban con los libros y daban vueltas alrededor de los iconos del altar entre el humo de las velas.

Y mientras daba también vueltas mecánicamente al komboloi entre los dedos y apuraba el vaso de Raki, atildado con su sombrero y su corbata, recordaba también el silencio de la noche y el sigilo absoluto con que se arrastró a colocar la dinamita, cuando el mínimo ruido hubiera supuesto ser sorprendido y muerto.

Y su oído no había vuelto a ser el mismo desde la explosión que reventó aquel nido de ametralladoras alemán, pero eso fue hace mucho. Y ahora paseaba sin prisa cada tarde muy lejos de su isla, mirando los perros en el parque y la brisa moviendo las flores de los almendros y los prunos , en su cabeza todavía las notas del bouzouki y una soledad serena e inmensa en su mirada como si volviese a atisbar de nuevo las olas en la playa y a escuchar un bullicio lejano en las calles del pueblo al final de sus días.

Alfredo Piquer 3/10




Adivinanza.-

Se acercó a ella. Su evidente madurez no le restaba una pizca de belleza. Por el contrario se la añadía. Se la añadía con cierto misterio , con cierto morbo. Su maquillaje era pálido, los labios rojos bermellón intenso, quizá perversos, como si hubiesen podido destilar veneno entre sus comisuras, los ojos pintadísimos se hubieran dicho brasas, y el pelo largo, lacio, muy oscuro. El vestido negro ceñido, escotadísimo, muy sexy. Y las uñas larguísimas pintadas también de un rojo sangriento. Se protegía contra la pared, como si en sus hombros y en su espalda descubiertos hubiese algo que no deseaba que se viera.

Era mucho más joven que ella y , con todo, le atraía irresistiblemente. Hubiera hecho el amor con aquella mujer de inmediato, sin preámbulos, porque ambos eran conscientes de lo que sucedía y lo que sucedía era mutuo y las palabras no eran necesarias. En la mirada de él había pasión pero también prejuicio. En la de ella había pasión más allá de la experiencia porque ya no le quedaban prejuicios.

Sin embargo, quizá por aquello de las convenciones, hablaron. Y para romper un poco la tensión del instante ella le planteó una adivinanza: “ A ver si sabes decirme: Existe sobre la tierra un ser que tiene voz, de cuatro, dos y también tres pies. Es el único que cambia su aspecto de todos los seres de la tierra, el aire o el mar. Pero, en cuantos más pies se apoya se vuelve mucho más débil”. Y mientras empezaba aquella conversación se inclinaba sobre él ligeramente, dejando que el límite de su escote descubriera sus pechos conmovidos, excitantes, bellísimos. Entreabrió los labios con una leve sonrisa seductora y mostró los colmillos. Le adelantó la garra , curvada; aparecieron sobre las almohadillas de las patas sus uñas implacables y su piel se volvió manchada, como la de un guepardo. Pero le tomó con suavidad el brazo, y ladeó el rostro y le rozó la mejilla con la suya propia con un gesto de cariño explicito como animándole a que respondiera y sonriendo ya abiertamente le dijo: “Si no lo sabes te mato, te estrangulo!”

Perplejo ante el desparpajo y el descaro de la mujer , pensándolo un momento, le contestó: “Aunque te estás poniendo un poco agresiva y un poco tétrica, eso está tirado! Te refieres al hombre, que nace del vientre de la madre indefenso y al principio anda a gatas como un cuadrúpedo; adulto anda sobre dos pies y al ser viejo, cargando el cuello y la espalda se vale de un bastón para apoyarse como un tercer pie”.

“Admito que lo has adivinado”, le reconoció, “así que te libras, como he prometido, pero esa es la interpretación más anecdótica y mucho me temo que no has entendido, a pesar de todo, el fondo de lo que te planteo”. “Explícamelo entonces” dijo él. “Escucha: No pasa el tiempo en el corazón del hombre. El hombre, de joven, de adulto o de viejo es siempre el mismo. El amor permanece intacto a lo largo de la vida. Solo el cuerpo se aja poco a poco físicamente; y , con todo, adquiere otra belleza, otra sensibilidad, otra sabiduría. Soy evidentemente mayor que tú y, sin embargo, algo suprime la diferencia de edad entre nosotros porque me he enamorado de ti como una niña!”

Se removió inquieto y dio un paso atrás. “Tal vez tienes razón”, le contestó, “es cierto que me atraes mucho, pero entiende que así, tan de improviso , me has pillado algo descolocado. Yo en realidad tengo ahora muchos proyectos en la cabeza y con toda la vida por delante para hacer tantas cosas espero encontrar una mujer de edad parecida a la mía. Te contaré algo: Me sacaron de casa de mis padres siendo muy pequeño. Mi madre, según me dijeron, era aun muy joven y habiendo muerto mi padre alguien me previno extrañamente del encuentro con una mujer mayor que yo. La sola idea de no reconocer a mi propia madre y no ser reconocido tampoco por ella me tiene obsesionado. Comprende que soslaye tu ofrecimiento.

Ella, finalmente, con la expresión sombría, plegó las alas sobre la espalda, se echó el pelo hacia atrás como un klaft egipcio, y cogiéndole de pronto por la nuca con la garra moteada le besó con apasionamiento incontenido. “Sabes? Hubiese podido hacerte daño realmente, pero, en teoría has respondido y cumpliré mi promesa. Vete; es probable que no volvamos a vernos”. Y mientras él se marchaba, sumida de nuevo en la soledad, subió hasta el último piso y abrió una ventana.

A.P. 28 Octubre 2008[]




Monstruo ( II.).-

Lo que Victor Frankenstein contó a Mary Wollstonecraft Shelley de aquellos días fue que había establecido un nuevo y precario laboratorio en una de las islas Orcadas donde se vio confinado ante las nuevas imposiciones y exigencias del ser que había creado y era, en su versión, sujeto de una venganza salvaje contra él y origen de toda una serie de sucesos desgraciados.

Según la historia que el propio Frankenstein había referido a la escritora, una noche había oído deambular a alguien fuera de la casa hasta que efectivamente el temido ser asomó su aspecto repulsivo a través de la ventana. La aversión, el rechazo y el sentimiento de culpabilidad que le provocó fueron tales, que, en un impulso repentino destruyó el nuevo especimen en el que estaba trabajando, una hembra, la que hubiera supuesto una compañera para el monstruo, y por tanto, otro posible demonio dañino y vengativo, quizá aún más que el primero, y la posibilidad espantosa de engendrar toda una descendencia de vástagos igualmente monstruosos…

Le contó también que la reacción de la criatura al comprobar la frustración de la única expectativa de su lamentable vida fue de un dolor indescriptible, y que huyó en la noche remando en una barca en medio de las olas.

Victor Frankenstein contó después que, habiendo arrojado al mar él mismo los restos deleznables de su nuevo engendro destruido, se perdió a la deriva llegando finalmente a la costa de Irlanda donde le acusaron del asesinato de su amigo Clerval cometido en realidad por el vengativo y malvado monstruo.

Pero por las palabras de un pescador irlandés que habitaba cerca en la época en que sucedieron los hechos supe la verdad de aquella historia lamentable. Aquel hombre fue casi un testigo directo de los hechos reales y había oído del propio Victor sus propias palabras desesperadas, una y otra noches, entre lágrimas, presa de los remordimientos y la amargura más terribles, que manifestaron de manera fehaciente la verdadera naturaleza de los hechos.

Cuando, después de haber echado por la borda los destrozados miembros y los restos de carne de su inconclusa obra logró llegar exhausto hasta la playa de su isla volvió a encontrar al monstruo tendido sobre la arena que lejos de haber huído era presa del llanto mas desgarrador e inconsolable y, a pesar de ello, abandonándole allí, corrió a la casa para acallar lo escaso que restaba de cordura en su conciencia.

Lo cierto es que el equilibrio de su mente había prácticamente desaparecido dando paso a un desorden producido por su soberbia y engreimiento indecibles, empecinado en su absoluta contumacia en la idea de crear un ser nuevo, de robar a los dioses el fuego de la vida, y , sin embargo, egoísta y desalmado al negar cualquier ápice de afección a la obra que había creado, contraviniendo el principio básico de todo creador, el del amor necesario, siquiera pasajero, como un Pigmalión, por la obra creada; ignorando asimismo que lo creado vive por si mismo, adquiere vida propia y devolverá en igual medida lo proyectado sobre ello.

En el interior de su deprimente laboratorio se miró en un espejo. Las facciones de su juventud se habían deformado; las pústulas y arrugas la daban un aspecto de fealdad envejecida, la piel oscura y las cuencas hundidas ofrecían la imagen demacrada de la frustración ya irreversible acumulada a través del tiempo. Y en un breve instante de lucidez fue consciente de su propia mezquindad, de su propia locura.

Él era el monstruo. La obra de su vida, su proyecto estaba frustrado, fracasado. Era solo un demente aunque se resistiera a aceptarlo. Lo había sospechado desde hacía tiempo. Por último había negado a la criatura fruto de su orgulloso delirio la única posibilidad de redención, de sosiego interior y de renuncia a su sentimiento de venganza, con el calor y la compañía de un ser parecido a él, de una hembra que le hubiese dado afecto, prejuzgándola malvada al proyectar sobre ella su propia perversidad.

Había pretendido detener el curso inexorable de las cosas. Redimir su fracaso mediante un imposible retorno a la juventud dominando el mecanismo de la vida; pero el único futuro, la única perspectiva real era el tiempo implacable, la imparable decrepitud, la certeza de la muerte.

13 Agosto 2008




Monstruo.- (Con el permiso y el homenaje a Mary Wollstonecraft Shelley)

Desde su cobertizo podía aproximarse y espiar la casa donde habitaba aquella familia que había suscitado su curiosidad como modo de averiguar las circunstancias de la vida de las personas normales sin provocar su repulsión, lo que hasta ahora le había resultado lamentablemente imposible. Él, la criatura, el ser abominable, rechazado y abandonado por su creador Victor Frankenstein, víctima involuntaria de su desmesurada estatura, de su aspecto monstruoso y su carencia absoluta de memoria y de pasado; deseoso, sin embargo de bién y de bondad, ansioso por constatar la calma y el agrado que proporcionaba muchas veces la propia naturaleza, impresionado por el afecto que las personas de aquella casa se demostraban mutuamente, alegre cuando comprobaba su alegría, triste cuando les veía entristecidos...

Poco a poco les escuchaba hablar, emitir sonidos que, tal vez en principio incomprensibles y en apariencia algo monótonos, fueron cobrando significado asociados finalmente a los objetos y a las cosas y a cambio de aquella constatación grata, ansiada para él, a cambio de aquel aprendizaje imprescindible intentaba ayudarles sin que le descubrieran, sin que supiesen el origen de la ayuda, con pequeños actos que pudieran facilitarles la vida en su evidente pobreza, su dificultad para conseguir alimento, durante el crudo invierno; entre otros, acarreando haces de leña y dejándolos en la puerta de la casa para que los encontrasen...

Cada palabra aprendida, desvelada, iluminada en la intensidad de su significado, de su contenido revelador, espléndido, era correspondida por él , en su alegría y gratitud interior , con un nuevo presente humilde, con un nuevo intento de ayuda dejándoles nuevos haces, frutas y frutos recogidos en el campo, en el bosque...

Un día escuchó a uno de ellos pronunciar una nueva palabra: -venganza- , y a la primera confusión y dificultad por desentrañar y comprender su significado siguió la comprobación lenta y progresiva de las connotaciones reales de aquel desconocido vocablo. Volvió a su memoria la imagen de su creador, su soberbia engreída y su silencio, su terrible rechazo y su abandono, y la conciencia de su propia fealdad, de su mostruosidad y en su tosco cerebro lleno de frustración empezó a fraguar un sentimiento extraño...

Y no encontró ningún regalo que cambiar por esa palabra terrible que solamente tenía una espantosa y fatal correspondencia...

Alfredo Piquer. 3 Agosto 2008




Nombres.-

Por la tarde, mitigado ya el bullicio del trajín portuario, el sonido de las olas sosegaba en parte un cúmulo de recuerdos e inquietudes incrustados para siempre en la conciencia. La playa a lo lejos y la luz del faro ya encendida suponían un último paisaje ante la mirada que se perdía enajenada en el horizonte del mar.

Se acordaba algunas veces de Julio, de su carácter fuerte y dominante que no había dejado de tener para ella un atractivo siempre confesado. Pero la ternura de Antonio, su pasión y su entrega habían terminado por conquistarla. Todo era ya, sin embargo, pasado. Y la enorme tristeza y un destrozo interno indescriptible remataban ahora un tiempo de espanto, agitado y terrible que la avocaba al más contradictorio y fatal de los destinos. Como la imagen aun ennegrecida y calcinada de los muros de la vieja biblioteca.

Y la criada, depositó despacio sobre el suelo ese cesto que le había pedido. Lo destapó y entre las frutas asomó ya inequívoca la bífida lengua y la cabeza de una cobra Real.

Alexandre Cabanel (1823 - 1889). Cleopatra 1887
Óleo sobre lienzo. 87.6 x 148 cm. Koninklijk Museum. Antwerp. (Fragmento)

Julio 2008




Sueño.-

Venían a gran velocidad bordeando cuesta abajo la costa por aquella curva pronunciada. Por falta de confianza con el conductor en aquel viaje coyuntural le dijo tarde que tuviese cuidado y redujese la marcha y la cosa se vió venir. El coche derrapó irremediablemente y en fracción de segundo se salió de la curva y cayó al agua donde comenzó a hundirse paulatinamente. Como único recurso para escapar de aquello despertó.. Con alivio al constatar que era un sueño; con cierta frustración al no haber sido capaz de soslayar el trance dentro del propio sueño. Como si en esa otra vida se hubiese realmente ahogado.

Amaneció otro día con su dosis de pesimismo, de falta de motivación y de abatimiento por los continuos problemas cotidianos. Ya en el cuarto de baño se atragantó con el agua del grifo que se le fue sin querer por otra vía. Tosió hasta conseguir expulsarla. En la calle comenzó a llover con insistencia y , sin paraguas, se fue empapando hasta la parada del bus. Dentro no había lugar apenas para moverse hasta el punto de que costaba cierto trabajo respirar con desahogo. En la oficina todo era asfixiante, la urgencia en terminar esto y aquello, la antipatía y desabrimiento de las personas, el agobio de unas horas interminables que no ofrecían aliciente ni respiro. Y porque además el sueldo mensual le tenía con el agua al cuello.

Le brotó de pronto, tal vez de su propia garganta o con más precisión, de su esófago, con el gusto salobre, inconfundible, del agua marina. Como si hubiese devuelto o regurgitado una gran cantidad de líquido. Y volvió a toser como un loco con angustia en la imposibilidad repentina de llevar aire a los pulmones, con la perplejidad de no saber que sucedía, ante la pasividad de dos o tres personas próximas que no se movieron para auxiliarle.

Intentó volver a despertarse de lo que pudiese ser con suerte un sueño dentro de otro sueño, pero en vano.

Abril 2008




Días Soleados.- (Para C. H. de C.)

Desde Nürnberg a Antwerp, Albretch Dürer viaja despacio. Pocas jornadas bastan para alcanzar su meta. Pero no tiene prisa; en Amberes esperan importantes motivos: su gremio de pintores y su viejo maestro Quintín Metsys y el reflejo dorado que brilla en el aceite, la química secreta de la pintura al óleo.

Recuerda su regreso desde Italia y a los artistas italianos, a Mantegna, a Luini y al propio Leonardo; en los ojos , en los pinceles, el paisaje profundo y soleado de la Lombardía.. El color transparente de las aguas fluviales, de las campiñas verdes y los montes granates bajo el cielo violeta , translucido, soleado en el amanecer de Innsbruck, ya tras los Alpes.

El bosque se cierra poco a poco. Ante sus ojos todas las flores silvestres, las campanillas , los "dientes de león", todas las altas hierbas. En este paisaje de floresta un caballero se le cruza en silencio, lleva el arnés de guerra de quién debe librar el combate mas enconado que no es otra cosa que soslayar la muerte. Quizá la del espíritu.. Sobre el caballo que lleva a la batalla, el caballero ignora el rostro monstruoso del tiempo que transcurre implacable como la arena que cae en la clepsidra.

Y al borde del camino una figura alada reflexiona extrañas geometrías, escalas para ascender a mundos ignorados, quien sabe si cercanos a una estrella, extrañas inscripciones sobre el balance final de la existencia que han sumido su rostro melancólico en bruñidas soledades cenitales.

A través de las vidrieras emplomadas del estudio de Fausto, entran oblícuos los rayos de un día luminoso. Se abren paso en silencio rompiendo la penumbra, dividiendo la sombra. El sabio y alquimista ha hallado finalmente el resplandor que trasmuta la materia concreta en arte y en espíritu. Mientras Rembrandt Van Rijn es testigo del hecho sobre una lámina metálica de cobre que barniz y dibuja con puntas y buriles. Fulge el sol en la irisada plancha alisada y rojiza estableciendo un pacto secreto que ata para siempre al maestro a la gloria.

Tras las altas ventanas amanece despacio y en la línea del alba un punto diminuto se aproxima y se agranda aumentando el sonido de sus motores roncos. Un "as" del aire , un piloto avezado tripula su aeroplano sobre las nubes rojas, amarillas, violetas; sobre el avión de caza como un arnés de guerra que hace frente a la muerte, defiende la nobleza de un ideal quebrado de libertad y de justicia, abatido por los negros arúspices que han impuesto su égida posponiéndolo todo a otro tiempo improbable del que nadie regrese para pedirles cuentas de todo su artificio. Sobre las nubes blancas el sol de la mañana le señala preciso la ruta de un exilio hacia otros hangares donde los días brillan, allá, sobre el oriente.

Viaja despacio porque no tiene prisa; el viaje es un trasunto de la vida, el tránsito es metáfora de la actitud del hombre ante la naturaleza y el mundo, ante el único sentido de las cosas: su bondad, su belleza. Pero cerca de Antwerp , Albretch Dürer medita cuando la claridad rosada de la aurora revela un día nuevo, que nace sobre todos los seres que despiertan a la vida y que heredan el mundo, y también lo iluminan con la luz tenue, renovada y distinta, de la ternura y el afecto, cuando la tierra exulta y fulge la campiña, cuando esplende la hierba, ante los ojos del viajero, del artista, como en estos días ya plenos de sentido, felices, soleados.

Alfredo Piquer Garzón Oct. 2006




Sitio.-

Lo cierto es que era un pusilánime. Pero no tenía toda la culpa. Cómo decir que hasta esa denostada , despreciativa característica atribuida a la personalidad y al comportamiento de ciertos individuos puede ser también hereditaria. Y no solo era pusilánime por herencia gen ética sino que desde pequeño le habían inculcado la hipotética conveniencia de aguantarse y soportar la estulticia ajena, la malaeducación de los demas, la prepotencia y el egoísmo del prójimo, los errores y los abusos de tantas personas cuya estupidez se manifiesta en la vida de modo tan variadamente negativo, con paciencia excesiva, con una bondad mal entendida, con demasiada consideración hacia lo externo y muy poca hacia sí mismo.

Pero todo ello por una motivación poderosa, Sí con una explicación íntima y no siempre confesable. Con una justificación que, inculcada también como un código secreto desde la más tierna infancia redoblaba aún los rasgos de un comportamiento impreso por nacimiento y que no era , ni mas ni menos, la esperanza de su fe religiosa que le prometía ganar el cielo por su espíritu generoso y altruista de sacrificio y ofrecimiento a las instancias divinas de su aguante y su sufrimiento.

Cuando murió fue efectivamente al cielo. En aquella ocasión se encontraba en el magno hermosísimo teatro o anfiteatro, que allí lo mismo da, en donde todos los salvados, todos los santos se reunirían en medio de un goce espiritual intenso e indescriptible para la contemplación de Dios. Y se dispuso a buscar asiento entre las filas de nubes, de cúmulos blancos y algodonosos, de nimbos azulados y etéreos de comodidad garantizada para la contemplación eterna.

Cuando entraba en una fila para tomar su celestial asiento un individuo de capa pluvial bordada en oro y pedrerías y alta mitra puntiaguda le detuvo con beatífica sonrisa haciéndole un gesto amabilísimo para que esperase. Mientras, una fila interminable de obispos , arzobispos y cardenales le pasó por delante ocupando por entero la fila de empíreos asientos.

Vaya! retrocedió una cuantas filas ya ocupadas por otras almas blanquísimas y buscó un nuevo espacio que vislumbró al poco. Cuando casi entraba ya en la fila de asientos un revuelo tumultuoso de hábitos blancos, azules, plateados y aladas o lacias tambien blancas tocas monjiles le detuvieron en seco y se le adelantaron de nuevo cacareando con ese bullicio ingenuo propio de almas simples y puras que solo atienden a las cosas elevadas y espirituales. Cada monja le dio un pisotón de los que hacen época pero alguna de ellas le pidió disculpas de modo tan bondadoso que de nuevo se quedó sin sitio.

Cada vez mas atrás tuvo que introducirse entre las níveas y etéreas columnas del celeste teatro pero aquello estaba a rebosar de almas sencillas que jamás se plantearon en la vida nada complicado, que iban a lo suyo pensando que los demás existen solo en sus frases hermosas y hechas pero que en realidad son solo farolas o postes o en el mejor de los casos figuras de adorno, seres que no ven ni sienten ni piensan como ellos.

Acostumbrado como estaba a conformarse logró finalmente un asiento exiguo en la última fila detrás de un saliente de un cúmulo nimbo donde no veía ni oía absolutamente nada. Cuando quiso asomar la cabeza un ángel gordo que estaba delante se soltó la cinta de su melena de dorados rizos de purpurina y se la sacudió con fuerza llenándole la cara de fúlgidas ladillas y piojos de apariencia cerúlea haciéndole desistir de toda esperanza de alguna visión. En eso, oyó murmullos generales de indecible alegría de toda la innumerable concurrencia y finalmente una ovación tan gozosa que dedujo la entrada en el recinto del mismísimo Padre del cielo. No entendió casi nada pero preguntó al de al lado cuales habían sido las divinas palabras. Dios había dicho que para conmemorar tan gozoso , azulino y paradisíaco acontecimiento todos conservarían el mismo sitio por toda la eternidad.

4 Mayo 06




Sillería.-

Poco sabía ella, sino por cosas que iba oyendo a unos y a otros, de la historia de la catedral, del enorme desaguisado, del crimen artístico que allí se había cometido en el pasado, porque su obligación consistía en darle al trapo, limpiar la sillería de caoba del coro concienzudamente para que no se acumulara el polvo y la mugre en sus tallas, en sus relieves, en sus complicados recovecos y oquedades.

Total, la habían puesto allí en un momento dado para encomendarle el trabajo y cada mañana muy temprano limpiaba y limpiaba ante la mirada de las gentes que venían de visita mirando aquí y allá, comentando esto o aquello.

Por otro lado, en ese rato se movía con libertad y de cuando en cuando se alejaba de su sillería barroca de madera oscura y se paseaba debajo de aquellas silenciosas arquerías blanquirrojas, tan distintas , tan bellas y armónicas y a la vez tan misteriosas, donde hacía mucho tiempo habían rezado otros creyentes mirando hacia la Meca. Pero volvía a su sillería, que le tiraba irresistiblemente, añadida para máximo ornato de la catedral incrustada por el cristianísimo emperador Carlos en el mismo centro de la asombrosa mezquita de los Omeyas, destrozando la obra de los califas, los Abderramán, de Al Haken, de Almanzor y en contra de tantas opiniones más equilibradas y respetuosas como en su momento se le opusieron. Ese era el tema.

Con todo, debía su trabajo, diría que su existencia entera a la sillería barroca de la caoba traída desde Santo Domingo para tan magno proyecto. Y como cada mañana, al terminar su interesada y exhaustiva limpieza se sentó en uno de los asientos del coro, mientras su piel se iba oscureciendo poco a poco y los pliegues de su mandil se iban tornando también sólidos y oscuros, toda ella cada vez mas reducida y rígida, las arrugas del rostro cada vez mas endurecidas e inamovibles, acurrucada justo entre dos asientos donde faltaba uno de los brazales de la sillería y su gesto de cansancio se tomó en mueca de madera y se solidificó como lo que era, figura tallada del barroco sitial con el encargo de salir de allí cada mañana desde hacía dos siglo y medio y empezar a moverse para mantener brillante la obra maestra del tallista.

Abril 06




Los derechos de los Grandes Simios.-

Qué estupidez!, qué estupidez! gritaban como energúmenos los diputados de los escaños bajos en la Asamblea Nacional, los Girondinos, los de la llanura, contra sus adversarios políticos que se sentaban en los escaños de arriba, los de la Montaña. "C'est dróle ça, citoyen!" se desgañitaba hacia un Jacobino uno de los de abajo como un auténtico poseso; "Parler maintenant des droites del'homme,et du citoyen, c'est dróle!", "Tenemos ahora problemas y necesidades mucho mas urgentes y perentorios por resolver que dedicamos a formular algo tan superfluo en este momento como una declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, qué estupidez, señor diputado!".

29 Mayo 06
Imagen: "Le serment du jeu de Paume" Jacques Louis David. Hacia 1793




Viaje.-

Mi primer viaje desde París fue, desde luego, uno de los más agradables que he hecho nunca. El vuelo fue perfecto en todos los sentidos. Se me hizo de lo mas breve y con algún sueñecillo intercalado una sensación de ligereza me invadió por completo durante todo el trayecto. Desde la altura el paisaje de nubes blancas iluminadas por el sol de un cielo azul limpísimo me pareció de una belleza nunca vista. Además, cuando llegué a destino, el alborozo de toda la familia recibiéndome fue indescriptible.

Y la cigüeña me depositó directamente en el regazo de mi madre donde me enchufé rápidamente a su pecho, Lo que digo, una maravilla!

29 Mayo 06




Katrina (Blues).-

Aquella fue una historia de desencuentro. Las dos copulaban frenéticamente posadas sobre la baranda de madera de la casa de estilo colonial mientras al fondo se oía desgarrada la música de un blues negro cargado de tristeza. Un viento de inequívoco silbido huracanado comenzó a soplar cada vez con mas fuerza y ya nunca volvieron a saber nada una de la otra.

12/9/05




Televisor.

Evidentemente el televisor se había estropeado. Su sistema de recepción en color daba sus últimos aletazos, porque los diferentes colores oscilaban sin parar y la imagen positiva se transformaba en negativa inopinadamente etc. Aquel aparato estaba , desde luego, en las últimas. Creo que emitían un programa de los que llaman eufemísticamente del "corazón" porque deberían llamarlos más bien del intestino grueso. Y efectivamente , los contertulios se habían puesto parcialmente amarillos, pero al momento alguien dijo no se qué y en el sillón de enfrente otro se volvía completamente verde. Aquel contestó no recuerdo qué cosa y los de al lado se pusieron coloradísimos. Y así continua y sucesivamente amarillos, rojos, verdes y a veces hasta azules de pálidos y cianóticos. La imagen del receptor era a esas alturas un auténtico baile de máscaras. Me decidí a comprar otro aparato nuevo cuando me dijeron después que todos los participantes en el programa, una vez fuera de emisión, se habían puesto absolutamente morados.'"

Enero 2005




Foto.-

Adolfo golpeaba, no sin cierto nerviosismo, la mesa con el frasquito de etiqueta extraña que sostenía en su mano derecha. "Leni, haznos una última foto a mi y a Eva!", dijo con voz estentórea. Pero Leni subía ya apresuradamente los escalones metálicos que conducían al exterior del bunker.

16 Oct. 2004



Leni Riefenstahl




Teléfono.-

Se conocieron. Un café y una charla. Después, la alegría intima de un diálogo que se constata fluido, animado, interesante; y los ojos de ella chispeando y la sonrisa interior de ella escapándose inevitablemente al exterior y el interés de él en desplegar su nobleza, su energía, su sensibilidad, el corazón saliéndose del pecho y el gesto de su mano cerrada para asirlo con fuerza y entregárselo. Le pidió el teléfono. Un prefijo seguido de seis cifras, un número fácil de recordar: 90, 60, 90.

La llamó. Cuando apoyaba su oído en el auricular sintió de pronto la flexibilidad y la calidez del pecho femenino. Se notó acogido. Como un niño, colmado de ternura; le pareció que su mano sujetando el teléfono acariciaba su cintura, que la abarcaba entera. Su boca cerca del micrófono percibió la proximidad irresistible de sus caderas y su pubis.

Cuando ella descolgó a su vez al otro lado de la línea, notó la presión tenue de la cabeza de él sobre su propio pecho, le acarició mentalmente el pelo con delicadeza, se sintió abrazada por la cintura, con la misma firmeza con que él sujetaba el auricular, y cuando hablaba, percibió la cercanía de su boca y su aliento viajando velozmente por el perímetro de sus caderas, aproximándose hacia la permeabilidad de otro micrófono para entablar una conversación apasionada. La llamó muchas veces. 90, 60, 90.





Cortes.-

Tras conocerse se compenetraron enseguida. Se apoyaban mutuamente en cada problema, en cada preocupación, en toda ocasión. Ese día hablaban por el teléfono móvil. Ella le contaba su inquietud por algún tema concreto. y él intentaba darle ánimos. "Échame una mano, por favor, la necesito" "Por supuesto, dijo él".

Fuese por falta de cobertura, por las antenas repetidoras o por los propios aparatos, la comunicación se cortó. No pudieron volver a comunicar, relativamente distantes como estaban uno de otro, hasta pasadas algunas horas en que alguno de los dos consiguió volver a establecer contacto. "Se me cortó", dijo él y ella le interrumpió rápidamente: "No importa, pero escucha, necesito tu mano, ya sé que me dirás que me tomo el brazo, pero lo necesito ... !"

La comunicación volvió a cortarse de improviso. Lo del móvil estaba demostrando tener serios inconvenientes porque no había forma de mantener el cuerpo de la conversación de manera hilada y sin cortes. Aquello no funcionó mas, sin cobertura , sin batería o sin fondos no pudieron volver a retomar el tema hasta el día siguiente. Al fín , llamó ella:

"Qué barbaridad, esto es horrible!" "Sí, es horrible", contestó él, y siguió ella pisándole las palabras: "No podemos hablar, pero bueno, te decía que necesito tu apoyo en esto, que me prestes el hombro, para que pueda echar simplemente unas lágrimas y desahogarme". "Sí, sí, por supuesto, pero escúchame, es que ... "

El teléfono volvió a cortarse por enésima, de modo exasperante y sin mediar aviso previo. En vista de las muchas dificultades para hablar por ese método ella decidió hacer el viaje que les separaba y consultarle cara a cara el problema que producía su desasosiego. Cuando le vió, un grito desgarrado salió de su garganta.

"Cada vez que el telefono se cortaba sentía un golpe" dijo él, "He tenido que ir al hospital tres veces. Todavía no sé que es lo que ha pasado ... ". Un tremendo vendaje cubría casi hasta el cuello el lugar donde debería haber estado su extremidad superior.

Alfredo Piquer 26 Mayo 2004




Oráculo.-

Aprovechando la liberación del Santuario de Apolo por las fuerzas militares de mi ciudad, Esparta, había decidido viajar hasta su recinto sagrado para consultar al oráculo.

Mi vida, siempre inestable y llena de vaivenes, necesitaba de una vez por todas de alguna guía, de algún criterio que orientase y clarificase su destino futuro. Debía consultar sin esperar mas tiempo sobre la dirección veraz de mis sentimientos, la conveniencia o no de mantener la unidad de mi familia, repudiar a mi actual esposa, de la que, aunque no podía probarlas, sospechaba infidelidades, cambiar el sentido de mi dedicación profesional y en realidad, tantas cosas…

El viaje al santuario podía realizarse en este momento de modo mas o menos seguro, ocupado todavía el territorio por contingentes de hoplitas espartanos. Y con todo, había atravesado el golfo de mar que entra hasta Corinto por su parte occidental, en un pequeño barco, como precaución ante encuentros no deseados con los Focenses, lo que me obligó a recorrer por tierra un largo trecho de camino hasta Delfos.

Fue allí donde se me instruyó sobre la ceremonia del oráculo, sobre las ofrendas a realizar y las condiciones necesarias. En el pequeño ágora que daba entrada al santuario de Apolo era posible adquirir un cabrito vivo para sacrificar al dios, necesariamente blanco y sin mancha en el pelaje cuyo temblor al ser empapado de agua sagrada acreditaría la presencia divina y la posibilidad de la consulta. Se cumplieron por fín los requisitos pero debía acudir a la fuente que llaman Castalia para purificarme. Cuando llegué a la fuente descubrí una mujer que andaba también hacia la fuente seguida de otro pequeño grupo de sacerdotes.

No fue corto el tiempo que aquella mujer dedicó fuera de la vista de los demás, a purificarse en la hendidura rocosa protegida por la umbría de los árboles donde manaba la fuente Castalia. Reapareció finalmente y fue el turno de los sacerdotes que debían purificarse igualmente. Cuando acabasen estos sería yo mismo quién debería hacerlo.

La Pythia inició lentamente el ascenso hacia el recinto del santuario de Apolo seguida por sus exégetas, y, entrada en el templo, se aproximó despacio a un caño de agua blanquecina y tomando de una bandeja de bronce unas hojas que parecían de laurel, se introdujo algunas en la boca y las masticó con parsimonia. Pareció comenzar a balancearse muy levemente de un lado a otro mientras cerraba los párpados pintados hasta las cejas de un gris azulado oscuro. Permaneció después inmóvil un rato más y finalmente bajó por la escalera que se abría en el suelo de piedra.

Fuera, la noche había caído y el ascenso diagonal de la luna daba a todo el exterior del santuario, un aspecto extraño y espectral. Uno de los sacerdotes me hizo un gesto desde la entrada del templo para que me acercase. El aire se hacía progresivamente denso al aproximarme a la escalera. Cierta fetidez como de heces impregnaba el ambiente y la luz oscilante del fuego de una antorcha iluminaba los escalones y la cámara bajo el suelo del templo. Abajo, se me mandó esperar en una minúscula habitación contigua. El olor era terriblemente fétido y no se respiraba sin cierta dificultad. Bajo la luz tenebrosa, una enorme serpiente gruesa y oscura como un tronco se enroscaba alrededor del asiento de piedra del oráculo y elevaba su cuello y su cabeza lanzando a intervalos la lengua bífida junto al rostro de la pitonisa. Frente a ella el ónfalos de piedra recordaba que Delfos era sin duda el ombligo del mundo.

Permanecí en la entrada de la cámara, inclinado, presa de un extraño mareo y percibiendo apenas aquella escena como si se tratara de una pesadilla casi irreal.

Se alzó la pitonisa al fin para venir ante un alto trípode de bronce donde algo humeaba continua y lentamente. Y allí, en el mismo punto donde, ebria de vapores extraños, acostumbraba a pronunciar palabras en apariencia incoherentes, sonidos incomprensibles o hablaba en lenguas de países desconocidos y bárbaros… la Pythia permaneció en silencio.

En el momento en que su voz enajenada debía prorrumpir en frases misteriosas que después interpretarían los sacerdotes al solicitante, la sibila no despegó los labios. No hubo , por tanto, respuesta a mis consultas. No hubo predicción del oráculo en mi caso.

Los sacerdotes se miraron perplejos. La Pythia había dado ya la espalda al tripode y se había sentado ocultando el semblante renunciando a formular su sentencia. Se me indicó con un gesto que saliese del habitáculo y subí la lóbrega escalera hasta el interior del templo.

Me dijeron lamentar la ausencia de respuesta y desconocer muy sinceramente los motivos. Con razones corteses reiteraron su voluntad de interpretar cualquier breve palabra de la sibila para constatar la imposibilidad práctica de hacerlo en este momento y me alentaron a volver al santuario en una ocasión próxima. Pero no dije nada.

Salí cabizbajo del templo y descendí por la rampa en zigzag hasta la entrada del recinto. Recorrí la avenida al pie de los pequeños templos donde los diferentes pueblos de Grecia hacen sus ofrendas a Apolo: el tesoro de los Atenienses, el de los Beocios, el de los propios Focenses tan ávidos siempre de hacerse con el control de Delfos y crucé ante la larga sucesión de exvotos y estatuas de piedra y bronce acumuladas en el lugar sagrado, erguidas sobre sus peanas y pedestales, con sus ojos incrustados, tan vivas que parecen mirar al viandante como aquel auriga que conduce su carro de espléndidos caballos…

Fuera ya del recinto seguí andando un poco sin rumbo por el camino que sigue la ladera del Parnaso al pié de las rocas Fedriadas y baja hasta el conjunto de edificios construidos en honor de Atenea . La noche estaba despejada y la silueta inmensa de las montañas se dibujaba oscura contra el cielo tenuemente iluminado por la luna.

Me preguntaba sin cesar qué había causado el silencio de la Pythia de Delfos cuando, de súbito, al pasar delante del templo de la diosa, una idea como una voz sosegada se abrió paso cada vez mas clara en mi cabeza. Una idea que interiormente me decía: Hallarás la respuesta del oráculo, en cualquier lugar en que te halles, cuando seas capaz de poner en orden tu vida y tu mente y formular una pregunta concreta, hecha, no desde tu confusión sino directamente desde tu corazón. Porque el dios Apolo se encarnará en ti y serás tu mismo quien responda desde la autenticidad y la honradez real y profunda de tu alma.

(10 Sept. 2003. Corregido el 12 Sept 3003)
Imagen: The Priestess of Delphi. John Maler Collier (1850 - 1934) La sibila de Delfos




U Boot.-



“El conocido semanario –Hamburger Illustrierte- publicó en su portada la fotografía de la flotilla de 12 submarinos que la potente industria alemana y los astilleros Howlsdswerke und Blohm Vos han presentado en el puerto de Hamburgo y que constituyen una avanzada del arma naval del III Reich y de la Ubootswaffe llamada a yugular completamente los suministros marítimos a nuestros enemigos en el Atlántico”.

En 1941 una emisora de radio daba la noticia, en el contexto de la propaganda nazi, de la botadura de doce submarinos del tipo VIIC, de lo que todos los medios de comunicación se hicieron eco, barcos de los que verdaderamente solo seis eran en ese momento operativos y se encontraban alistados para hacerse a la mar.

El capitán Erich Metzler había recibido el mando de uno de estos primeros seis barcos operativos: el U-170. Pero Metzler era ya en realidad un experto en la siempre desigual guerra submarina que Alemania sostenía contra la potencia industrial aliada ante la imposibilidad de oponer sus grandes acorazados a la flota de superficie enemiga. La batalla del Atlántico era fundamentalmente una batalla para intentar cortar el suministro americano.

Y Erich Metzler volvía a la acción al mando de un nuevo submarino, despues de que su anterior barco, otro U Boot del tipo II con el que había torpedeado un carguero británico en un ataque de “wolfsrudel” o “manada de lobos”, fuese perseguido por un destructor y obligado a emerger con los timones de dirección destrozados por una carga de profundidad, y rescatado del trance milagrosamente por los aviones de la Lutwaffe.

Las últimas gaviotas posadas en la inclinada barandilla del puente del submarino levantaron el vuelo cuando la proa del afilado casco comenzó a romper el mar a buena velocidad y a desaparecer bajo la superficie del agua en dirección al mismo centro del Atlántico norte.

Tras varios días de navegación, las nieblas de Febrero y el tiempo cubierto no impidieron, sin embargo, una visibilidad relativamente buena en superficie. Desde el puente, salpicado por la espuma de un mar progresivamente grueso, Metzler no tenía, sin embargo, dificultad para abarcar cierta distancia con los prismáticos y, en uno de los intervalos del oleaje , divisó sin error la línea de barcos de un convoy enemigo.

Ordenó la inmersión. Con la mar picada una cota de periscopio de ataque no sería demasiado útil. Y con el aplomo y la audacia que ya le caracterizaban decidió aproximarse en superficie. En esta ocasión no podría esperar la reunión de la manada y , con todo, notificó a sus camaradas en otros submarinos, a través de la radio en clave Enigma, su posición y sus intenciones. Y mandó preparar los tubos lanzatorpedos.

El oleaje era su aliado; al margen de los aparatos de detección enemigos, no facilitaría en absoluto su localización visual, pero no alteraría en lo mas mínimo el rumbo de los torpedos. Con todo, algunos barcos del convoy navegaban demasiado próximos y quizá esta circunstancia le ofrecería algunas posibilidades… El mar parecía finalmente encalmarse despacio.

45º a estribor apareció el primer escolta. Todavía lejos, demostró haber detectado ya la presencia del submarino porque los prismáticos de Metzler observaron su proa enfilándole con rumbo inequívoco.  No esperó mas y ordenó de nuevo: “Preparados tubos lanzatorpedos! Fuego el uno!. Fuego el dos! “ Las burbujas de las hélices de los torpedos dibujaron bajo el agua sendas rectas directas al blanco. Y aún sobre el puente gritó: “Achtung! Inmersión!” cuando ya los fogonazos de los cañones del escolta anunciaron los primeros obuses caídos en el agua a escasos metros. Todavía disparó otros dos torpedos ya sumergido y puso proa a toda máquina directamente hacía la línea del convoy enemigo.

Con la visera de la gorra hacia atrás para no estorbar la observación a través del periscopio comprobó que el primer torpedo había alcanzado de lleno en la popa de uno de los cargueros inmovilizándolo de inmediato. El segundo torpedo hizo asimismo blanco impactando en el barco que seguía provocándole una gran explosión pero sin parar su rápido acercamiento al detenido barco precedente. El submarino pasaba ya sumergido bajo la línea del convoy, cuyos barcos, demasiado juntos, cortaban el paso a su propio escolta impidiéndole la persecución del agresor.

Metzler lanzó aún , en su huida, dos torpedos desde popa, uno de los cuales fue directo al destructor que intentaba pasar a duras penas entre los dos cargueros que se hundían. Otro carguero había sido tocado también por los primeros torpedos cuando otros  submarinos alemanes acudían ya a la llamada acercándose al lugar del ataque.

El U Boot, su tripulación y su capitan Erich Metzler fueron recibidos en el puerto de El Havre con todos los honores. El barco entraba lentamente en la dársena antiaérea, donde esperaba el propio Karl Döenitz y el mando alemán de la “Kriegsmarine” para imponer las “Hojas de Roble” a su ya antes merecidamente ganada “Ritterkreuz”, cuando en la megafonía del puerto sonaban las notas del “U Bootelied… Die stunde hat geschlagen…”.

Y, descuidado como estaba, saboreando la gloria del triunfo, no la vió acercarse por babor , a toda máquina, con la guirnalda de flores en las manos para agasajar al vencedor, los ojos como un océano insondable de olas y espumas y gaviotas, el cabello rubio en dos trenzas como estelas al sol de un cielo claro, y la sonrisa mas enigmática aún que una clave de radio. El cuello largo como un periscopio de ataque listo para la acción, sus labios como antiaéreos de cubierta haciendo fuego en el combate en superficie, exhibiendo sutilmente bajo la blusa blanca bordada de Baviera la belleza beligerante y marinera de una nave de guerra recién salida del astillero con los tubos listos para un ataque tácito que no se hizo esperar: fuego el uno!, fuego el dos!

No hubo defensa; no podía haberla. Le dio de lleno bajo la línea de flotación en pleno centro de la eslora de su viscera cardiaca. Y él, avezado lobo de mar , curtido en mil combates como capitán de uno de los gloriosos U Boot de la marina alemana, se hundió para siempre en la profundidad azul de sus ojos bellísimos.

(Acabado –mas o menos- el 8 de Julio de 2003 y corregido el 9 Julio 2003)




Carta.

Transmite a tu rey mi antiguo amigo, emisario, mis palabras que te confío en esta tablilla de arcilla escrita previamente con la cuña por los escribas de palacio: “Tu reino y tu ciudad, Wilusas, Ilión, son ancestrales, oh rey Alaksandros Príamo, pero tu has contribuido con tu buen gobierno y tu magnanimidad parejos a tu iniciativa y conocimiento, al engrandecimiento de esa plaza que otea sobre el mar desde la colina de Hissarlik donde se asienta desde inmemorial tiempo, y al dominio que ejerce de toda la actividad y el transito de innumerables barcos y transeúntes como atraviesan sus aguas y costas. La doble y fortísima inexpugnable muralla que has construido en torno a tu extensa urbe es la admiración y envidia de cuantas ciudades y potencias militares existen en el entorno de nuestros reinos. Los tesoros y riquezas que has acumulado en estos años son inmensos. Yo, Muwatali hijo de Muwatali, me jacto, oh rey amigo, de tu  ya larga amistad a la vez que te he ofrecido siempre la mía y la de mi reino de Hatti y la de los dioses que nos protegen desde su santuario rupestre y misterioso en las rocas abruptas de Yalisikaya.

Por otro lado, oh rey, conoces también la amistad que me une igualmente desde ha mucho tiempo con el poderoso Menelao rey de la ciudad de Esparta, de puertas flanqueadas por leones y cubiertas por inmensos dinteles de piedra, quién se corona con yelmo de dientes de jabalí y cuyos carros de guerra son formidables en el combate, y que es para mí como un hermano, mas allá del piélago azul y de todas las islas.

No te oculto, oh rey, que han llegado hasta Hatti las noticias terribles de que tu propio hijo Paris Alaksandros ha seducido y raptado a la bella Helena esposa del rey Menelao, llevándola en secreto en una nave hasta esa ciudad de Ilión que sabiamente riges. Y que por eso, las ciudades y los reinos de todos los Ahiyawa o Aqueos han juntado un enorme y poderosísimo ejercito que envían en este momento contra ti embarcado en una escuadra cuyas velas cubren el horizonte, por lo que me pides acuda con mis ejércitos en tu ayuda y auxilio. Pero desde ningún punto de vista puedo aprobar el agravio inferido al rey Menelao con el secuestro de su reina.

Y no puedo , con esta carta, sino negarte por ese motivo la ayuda que me pides. Te deseo , con todo, salgas con bien de esta guerra inminente que amenaza tu ciudad, tu pueblo, tu familia y tu casa, oh rey Príamo Alaksandros de Ilión, al lado del estrecho que une los dos mares, y te reitero mi amistad como siempre y el auspicio de los dioses de este nuestro reino de Hatti ”.




Sonrisa.-

I.-

Terminada la guerra con los pisanos, Florencia respira finalmente un periodo de anhelada calma. Enterrados los muertos, desvestidos y guardados , al menos por un tiempo, los arneses bélicos, las cinceladas armaduras y sosegados los caballos en los establos, la ciudad afronta nuevos días de paz en los que la actividad cívica pueda desarrollarse normalmente.

El maestro Leonardo, el de Vinci, trabaja a la sazón en la ciudad sin que, con todo, su estabilidad en ella sea definitiva por las casi continuas idas y venidas a Milán. Pero Florencia le es ahora una ciudad extraña. No es ya , en absoluto, el escenario gobernado por “El Magnífico”, Lorenzo de Medicis, de su gloriosa juventud, cuando discípulo en el taller de Andrea Verrocchio, cada uno de sus trabajos o sus proyectos suscitaban la admiración de todos, incluído el maestro. En ocasiones, provocando la envidia de sus detractores. Aún recuerda aquellas antiguas, mezquinas y anónimas acusaciones sobre su pretendida afectividad contra natura. Si supieran. Pero ahí estan sus retratos femeninos, el de Isabella D’Este, el de Ginevra Benci, el de Lucrecia Crivelli, el de Cecilia Gallerani. Ah! aquel bellísimo y único semblante de Cecilia. Ni la Historia ni mucho menos Ludovico Sforza, ya prisionero en Francia, y del que había sido la conocida amante, sabrían jamás que Cecilia también le había amado a él en la soledad del taller mientras pintaba su retrato. Y todas esas madonnas admirables y sutiles creadas por su pincel y por la sensibilidad de su ingenio. Fue aquí donde cundíó su fama y comenzó a fundamentarse su prestigio.

Pero no solamente las nuevas construcciones han alterado el trazado y el aspecto urbano. Los Medicis ya no gobiernan la república y la vida de la ciudad es también muy otra. Tal vez sus cincuenta años bien cumplidos le den asimismo otra óptica distinta de las cosas. No se quedará durante mucho tiempo.

Con todo , en el presente, trabaja con ahínco, con fuerza y conocimiento, madurez y plenitud. Y de cualquier modo, seguido a todas partes por su fama, su actual taller florentino no deja de estar siempre frecuentado por gente numerosa y sobre todo por pintores, venidos a veces de muy lejos, para aprender los secretos de la técnica del “sfumatto” y de las increíbles atmósferas y modelados leonardescos.

Los italianos, Antonio Boltraffio y Andrea Solario, éste casi de su misma edad, dotadísimos ambos para el retrato; Bernardino Luini, mucho mas joven y , sin embargo, con una sensibilidad acusada a la hora de asimilar las enseñanzas del maestro; Los extranjeros, los Flamencos; el de Amberes: Joos van Cleve, demasiado inmaduro todavía, mas ávido al parecer de aprenderse los modelos de memoria y repetirlos mecánicamente, a toda prisa, repetirlos, sin ahondar en lo esencial de la propia pintura; y aquellos graves españoles, Los Fernandos: Llanos y Yañez de la Almedina, aquel sin duda, el mejor de ellos y que atienden al únísono cuando llama a uno solo diciendo: “Ferrando, l´espagnolo!”


II.-

Pero en este momento, por el taller también trajinan entre los caballetes y las tablas el criado de Leonardo, Salaino, y otros dos pintores llegados recientemente. Uno muy joven, de Siena, de rostro angelical, que ha suscitado ya su confianza y simpatía, Giovanni Aldobrandi; y otro , mas maduro y de talante opuesto, reservado y adusto que no ha explicado aun con claridad su situación y procedencia, un tal Ruggiero Capocchio.

Capocchio, que se dice fervientísimo admirador del maestro. En especial de su técnica depurada y personalísima para modelar y envolver los rostros femeninos, para esbozar en ellos una sonrisa tan bella y enigmática. Sobre todo en la tabla que el pintor de Vinci pinta desde hace tiempo trasladándola consigo de Florencia a Milán, de Milán a Florencia, sin despegarse de ella, representando a la esposa de Francesco di Bartolomeo di Zanoli del Giocondo. Es cierto, desde hace tiempo admira su pintura pero admira el talento de Leonardo con acomplejamiento y con envidia.

Cada día que pasa se convence de que un secreto, una fórmula matemática de geómetra , de ingeniero, se esconde tras aquella sonrisa de resultado sorprendente, de perfección tan increible. Leonardo domina las antiguas ciencias del Trivium y el Cuadrivium. El maestro es experto en el cálculo y dibujo de lo técnico, sus estudios cuantiosos sobre construcción e ingeniería lo atestiguan. La aplicación, sí, de una fórmula, de exacta relación matemática y geométrica explica la precisión del gesto, lo irrepetible, distante y misterioso de la sonrisa de la Gioconda. La sonrisa… una fórmula.

III.-

Leonardo siente un especial aprecio por el joven Giovanni, el nuevo discípulo. Le mira como a un hijo. Su mente despierta , su modestia sincera y digna, su positivo espíritu, alegre y espontáneo, si bien serio, y su extraordinaria destreza en el dibujo, en el manejo versatil y eficiente de toda la paleta, pero aun mas, su decidida vocación juvenil por la pintura, han logrado el aprecio paternal del maestro al alumno.

Le llama a su estudio donde pinta despacio un retrato de atmosfera y modelado novedoso y extraño. Un retrato femenino que el joven Aldobrandi contempla fascinado. Leonardo explica datos técnicos, las mezclas de pigmentos , el uso de pinceles, recursos de dibujo, veladuras y aguadas. El maestro escribe en un papel la cantidad y el precio de algunos pigmentos y solventes y confía el apunte al alumno encargando su compra en la tienda de químicos.

Desde la penumbra de la estancia contigua Capocchio ve la escena. Está seguro: el maestro ha confiado aquella formula precisa al joven condiscípulo. Los comentarios delante de su cuadro, los números escritos en el papel doblado con cuidado. No le cabe ya duda. Pero algún expeditivo método será necesario para poseer aquella fórmula, que de otro modo Aldobrandi no pensará nunca en explicarle.

Un semblante sombrío, una mueca taimada contrae el gesto de Capocchio mientras piensa en algún argumento que utilizar para obtener la fórmula. Y recuerda una daga comprada a un armero y orfebre florentino famoso por la finura y precisión de sus hojas y estiletes que será una amenaza suficiente como para amedrentar y convencer al joven.

Ya de noche, le espera en una esquina de la calle desierta. Cuando aparece, con inicial tono amigable le habla de la fórmula. Aldobrandi no entiende e intenta poco a poco despedirse del amigo para entrar en la casa. Capocchio le sujeta mientras muestra la daga. Forcejea el joven asustado y perplejo. El otro sostiene con firmeza el arma cuando en un desgraciado movimiento imprevisto la hoja se clava accidentalmente en el costado del joven… Giovanni esboza apenas una dulce y distante mirada y se desploma exánime en el suelo ya encharcado de sangre.


IV.-

Lissa del Giocondo ha resultado ser una modelo extraordinaria. Posa con serenidad en el espíritu. Y esa sonrisa que ha sorprendido al propio maestro, esa sonrisa misteriosa y exquisita, que apenas esboza un leve inicio de curvatura atávica; esa sonrisa especialísima que parece heredada desde el sombrío pasado de la Etruria.

Lissa, aun mujer, le recuerda, además, su propia imagen juvenil ya un tanto lejana. Identifica en ella su propio cromatismo fisico, sus características faciales, salvando las distancias, porque él, como varón acusa en sus rasgos los años transcurridos y en la crecida barba y en el cabello largo son ostensibles ya los brillos plateados. Podría pensarse que tras la sonrisa de esta modelo alienta toda una concepción filosófica de la vida y del mundo. Su casi inapreciable “spprezzatura”, el ligero desdén de sus facciones. Pero también la idea de la bondad y la amabilidad de la belleza están en las suaves comisuras de Lissa del Giocondo.

Esa sonrisa que Leonardo jamás había pintado hasta verla en su rostro, que jamás podría verse reducida a un esquema, ajena por completo a cualquier intento de racionalización, y que no ha reflejado en el retrato mas que en una pequeña proporción tan solo aproximada, incluso después de haber pintado muchas otras tablas, solo a base de su experto dibujo, de su memoria prodigiosa, pretendiendo captar todo el misterio que transmite.

Leonardo sostiene con firmeza los pinceles mientras Lissa esboza apenas una dulce y distante mirada hacia el maestro y le sonríe.


Alfredo Piquer. Borrador 13 . abril. 2003




Yate.-

Nuestro yate era, mas que yate, un cascarón vetusto que todavía navegaba y sin embargo, no exento de belleza en su diseño y construcción antiguos, su cabina de cristales bajo el techo curvado, la rueda del timón de madera de torno, tradicional, y dos airosos palos que sostenían una mayor y una cangreja.

No habían sido pocos a lo largo del tiempo los arreglos del barco, incluídos los del casco, reparando fisuras y desperfectos diversos.

Ese día, mi cansancio excesivo me llevó a realizar una mala maniobra y la amura chocó con una roca imprevista a flor de agua. El resultado fue la constatación consternada de una pequeña y lenta vía de agua que tal vez podría ser atajada sobre la marcha actuando con suficiente rapidez.

Subió hasta la cubierta a velocidad vertiginosa, vociferó y gesticuló fuera de control, inquiriéndome y reprochándome la ineptitud enorme que había producido aquel trance.

Fuera de sí, empuño el hacha de la panoplia del camarote y mientras preguntaba a gritos si me había propuesto hundir el barco, ejemplificaba su pregunta dando golpes de hacha desde el interior del casco aumentando sin remedio el boquete por donde el agua comenzó a entrar incontenible.




Bomba.-

Ella había colocado la potente bomba en el espacio que mediaba entre los dos. Con técnica y conocimiento sobrados de experta en manejo de explosivos. De manera casi refleja. Con la seguridad y automatismo en cada movimiento de quién ha saboteado caminos y puentes, de quién ha dinamitado innumerables veces vias de comunicación o de transporte. El le suplicó que no lo hiciera, que apagase las mechas, los detonantes, que detuviese los mecanismos, cualesquiera que fuesen, que harían estallar el artefacto.

Pero no le hizo caso. No tuvo casi tiempo de alejarse de allí, reducida su capacidad de reacción casi hasta la parálisis por una inmovilidad prolongada durante demasiado tiempo. Le golpeó la onda de la explosión terrible y numerosos fragmentos del destrozo le hirieron con violencia.

Permaneció inconsciente durante buen rato pero al fin la vio aparecer llena de polvo ennegrecido, también ensangrentada. Le dijo que aceptaba, que por una vez y como muestra de su voluntad pacífica detendría el mecanismo de la bomba.




S. Jorge.

“Ser S. Jorge supone una responsabilidad enorme, se dijo; y bajar hasta la misma entrada oscura y tenebrosa de la enorme caverna donde habita el dragón, un acto de valentía y de heroísmo que redunde en el olor de santidad en que las generaciones venideras me eleven así como el loor que las mismas generaciones agradecidas me otorguen.

Pero ser S. Jorge implica a la vez despreciar todas estas vanidades personales y superar el propio miedo al monstruo y hacerle frente con la meta exclusiva de producir beneficio a los otros y librarles de la bestia maligna que vive en este antro, trasunto del propio Satán y de las fuerzas del mal enfurecidas.”

Por eso, caballero revestido con el arnés de guerra del verdadero valor, embrazando el escudo imaginario de la fé y blandiendo la espada afiladísima de la virtud, se disponía a combatir y dar muerte a aquella espantosa bestia que , con horrible sonido, venía ya rugiendo desde el fondo de la cueva, con los ojillos malvados inyectados de fuego iluminando amenazadoramente el trecho por donde avanzaba velocísima.

Se tiró a aquel foso de raíles metálicos cuando ya entre el gentío, que gritaba, intentaban abrirse paso a duras penas los del sanatorio y le arrolló el tren saliendo del tunel sin que nada ni nadie lo impidiera. La línea “uno” quedó interrumpida un par de horas.




Eticas.

Se paró un instante; no era difícil detenerse a recordar sus hazañas pasadas. Y no dejaba de estar orgullosa de haber pasado el tiempo incordiando a este o a aquel, revoloteando de aquí para allá y sacando partido a cada situación. Le gustaba provocar a los hombres haciendo alarde de su carácter ligero y casquivano, creyendo en el fondo que despertaba así su admiración.

Desde su punto de vista, la realidad ofrecía múltiples facetas. Por qué adscribirse a una sola de ellas , mucho menos arrogarse la pretensión de un comportamiento de acuerdo a cualquier ética, siempre tan subjetivas e inútiles.

Paseó la mirada por el borde circular de la taza de café cuyo olor dulce y aromático le atraía irresistiblemente cuando la mano del hombre que hoy tenía frente a ella se levantó despacio removiendo el aire alrededor con un murmullo sordo pero bien perceptible. Se aproximaba lentamente hacia donde estaba sorbiendo el café con azucar con parsimonia prepotente y llegaba tan previsible como torpe en su trayectoria sin que le diese ningún problema esquivarla con facilidad y sin ningún riesgo.

Con las patas traseras se frotó frenética las alas transparentes. Y en su soberbia no vio venir el periódico doblado, inmenso, desde atrás y sintió tarde el empujón del aire moviéndose de pronto masivo y turbulento como un viento repentino y terrible y levantó el vuelo. Pero era tarde y no notó gran cosa convertida sobre el mármol rajado del velador antiguo en amasijo repugnante de reventadas vísceras minúsculas, estalladas, aplastadas; terminados sus días de molesta, pesadísima, insolente y antipática mosca inoportuna.




Teatro.-

I.-

Luchino Visconti, el director de escenografía operística italiano no duda en expresar su admiración por “La Divina” María Callas, después de haberla dirigido en repetidas ocasiones, alguna de las cuales no ha sido ajena a los temas del teatro clásico: La Vestale, de Spontini, en el 54, Ifigenia en Tauride, de Gluck, en el 57; amén de otras: “Sonámbula”, “Traviata”, “Ana Bolena” Y sin embargo, le hubiese gustado dirigirla en Medea, interpretada ya varias veces en Florencia, en la Scala, en otros escenarios . Empeñado en mejorar su gesto y su presencia escénica, la cantante ha seguido casi siempre sus consejos pero algo no ha funcionado a la larga entre el escenógrafo y la “Prima Donna”. Algo en parte rebelde en la actitud y los ojos profundos y afilados de la diva, algo oscuro en su voz.

María Ana Sofía Cecilia Kalageropoulos, María Callas, canta hoy en el teatro de la Scala de Milán, Medea, de Luigi Cherubini bajo la dirección de Tulio Serafín, su actual y entrañable director de escena, junto a Miriam Pirazzini y Renata Scotto. Corre 1957; no es la primera vez que interpreta la ópera y no será la última.

Maria Callas , como siempre magnética, su voz audaz, arriesgadísima, incluso, solo en apariencia, fuera de control. Exigiendo un salto cualitativo en el oyente para intentar seguirla y situarse cerca de la altura donde llega. Y una vez alcanzado el lugar privilegiado comprobar la imposibilidad de retorno. Tal vez a partir de ese momento todas las demás voces de otras sopranos parecerán pálidas, roto el molde de lo que tradicionalmente pueda significar el término “Bel Canto”. Lograda la belleza de una unión perfecta entre el texto y la música, el intento dramático cuajado finalmente en la verdad de una emoción creíble sentida interiormente.

Una estela de sombra nubla la mirada de María y aun manteniendo el timbre de las notas, su voz adquiere resonancias desatadas y antiguas. No es el público solo el que cree firmemente que es Medea, sentenciando su némesis terrible contra Jasón, Glauce y Creonte: - “ A morte l`essecrato autor del mio tormento! “ - , es también ella misma quién lo cree. Ya no es ella, enajenada su presencia mórbida, inmóvil sobre las tablas de la escena, sin mirar al director de orquesta, cantando con furor extraño, como si el personaje se hubiese adueñado totalmente de su voz, de su lento y meditado movimiento . Sus dedos se cierran en torno a la empuñadura de la teatral espada, pero sus propias uñas hacen presa en su palma y no se advierte que el rojo de la sangre ficticia de la espada es real en su mano finalmente apoyada en el fuste veteado y negro de la marmórea columna.


II.-

Sobre la placa de mármol, Alphonse Mucha, que con dibujo, potente, compositivo y definido, está marcando pautas en el estilo decorativo en boga, el llamado arte nuevo, bate la espátula con rapidez y con pericia aproximando progresivamente el color de la tinta que deberá utilizar sobre la piedra litográfica al tono requerido para el fondo del cartel anunciador de Sarah Bernhardt. Un rojo intenso, se diría casi específicamente sangriento, se extiende ya sobre la batería de rodillos de entintado. Y la prensa tracciona a buen ritmo la piedra que imprime este color final rematando el cartel de formato alargado, logrado el cromatismo crepuscular, rojo y sombrío, tras la figura alucinada y pálida de la protagonista, Medea, la cabeza rodeada de atributos solares, mientras un velo violeta y funeral esconde parcialmente su rostro, el brazalete metálico alargado en torno a su antebrazo izquierdo con forma de serpiente cuya cabeza, presta a la venenosa mordedura, se apoya sobre el dorso de la mano de la sacerdotisa y la afilada espada ya cubierta de sangre, apunta hacia los cuerpos de los hijos muertos, tendidos a sus pies. Mucha vuelve a la imagen de su modelo Sarah Bernhardt con quién ha firmado un acuerdo para realizar durante 6 años los carteles y la publicidad de sus representaciones teatrales.

Sara Bernhardt, ya desligada de la Comedie Francaise, entronizada como primera actriz en la compañía del Teatro Odeón de Paris por su director Duquesnel al que cuenta ahora entre sus admiradores mas fervientes y rendidos. Entregada a la tarea dramática intensa y profesional de todo el grupo que trabaja con ella en el Odeón, con una larga lista ya de obras teatrales en su haber… los autores contemporáneos, Alejandro Dumas, Victor Hugo y también los clásicos : Moliére, Racine, y ahora Corneille, su personaje de Medea , vengativa y terrible , con la que siente afinidad inexplicable, que torna su registro expresivo, su voz sublime, dos octavas por las que se desliza habitualmente con fluidez y con soltura totales, en una tesitura de resonancia lúgubre, que le lleva involuntariamente hacia zonas ignotas de su experiencia escénica.

Sara Bernhardt se sienta casi en la embocadura de la escena ante el decorado, como si verdaderamente el peso terrible del doble asesinato cometido le pesara insoportablemente. El largo peplo blanco se desata bajo su pecho. El cabello despeinado y revuelto, las dos manos crispadas y tensas sobre su rodilla derecha sostienen aun la espada ensangrentada, teñida de rojo con un tinte oscuro y líquido que esta vez el atrezzo ha sabido hacer más verosímil que otras.. Y fija su mirada perdida más allá del fondo del aforo del Odeón. Desde la concha resulta cada vez mas audible la voz del consternado apuntador perplejo ante el silencio prolongado de la actriz que debería ya continuar sus frases y permanece sin embargo silenciosa e inmóvil con un extraño y trágico semblante y la mirada hundida en la palidez cruel y enajenada de su rostro. - “Je serre dans mes mains la glaive qui a dejá frappé mes enfants!” - La misma espada empuñada con denodada furia por los Parisinos en el tiempo de la Revolución de la Comuna. El tiempo del odio y de la guerra…


III.-

En medio de los años de guerra con los Persas, obstinados en el ataque a las polis griegas, incluso tras su derrota en Maratón y tal vez en el momento de su derrota en Salamina, Eurípides aún se reúne con algunos amigos, teniendo la ocasión de salir ocasionalmente de la apartada gruta donde vive, donde escribe, para escuchar la sosegada pero aplastante lógica de los que otros mas tarde llamarán sofistas. Para cambiar ideas y opiniones, mucho mas allá de lo socialmente aceptado, de lo oficialmente establecido. Para charlar con Sócrates, para oir a Protágoras diciendo en su discurso “Acerca de los dioses” no poder saber de su existencia o no, habiendo sobre este y cualquier otro asunto dos discursos opuestos, uno a favor y otro en contra y haciéndose en este tema del discurso mas débil el mas fuerte. Para seguir con interés creciente la opinión de Anaxágoras, atento a los fenómenos celestes, sobre el Sol, la Tierra y los planetas, de Hipócrates sobre la naturaleza de la fisiología humana y la ética de su valoración y tratamiento, cuando la sociedad no duda ni por un instante de los dioses y los mitos homéricos.

Los dioses, que justifican y explican convenientemente un furor que es solamente humano, una pasión que cede a los instintos primarios, más oscuros, potentes y desatados, sin posibilidad de freno, los temas que en su punto de vista, deberían tener algún día otro análisis: los mitos; la condición de las mujeres, Hécuba, Andrómaca, Medea. Medea… la mujer que se subleva contra lo que es objetivo sometimiento a la arbitrariedad y dominio del varón. Medea hija de Hécate, nieta del Sol, hermana de la propia Circe, la que retuvo con su magia a Ulises; Medea, asimismo hechicera, presa del amor por Jasón, jefe de la expedición de los Argonautas a la Cólquida, donde le ayuda a conseguir el Vellocino de Oro, sin reparar en medios hasta el asesinato. Que regresa con el héroe a Corinto, creyéndose su esposa, y donde sufre su traición fría y calculada cuando éste la rechaza para casarse con Glauce, hija de Creonte, quién además decreta su destierro. Medea, que planea y ejecuta, ante el agravio insoportable, una venganza salvaje, desmedida, absoluta.

Medea, desgarrada por un odio sobrehumano, que mantiene una pugna fatal consigo misma intentando suplicar a su interno deseo de venganza, el perdón para sus propios hijos y sucumbe a su proyecto asesino, mucho mas fuerte su pasión desbordada que su amor materno, pretextando que otros, con menos piedad que la que ella como madre siente, puedan ejecutar mas tarde la sentencia horrible, y porque ella que les dio la vida, tiene también derecho a arrebatársela…

Desdichada mujer! Cúmulo de tristeza, llevada por un dios hacia este intransitable oleaje de desgracia! Y madre desdichada, dispuesta a asesinar a los hijos habidos de un esposo traidor, funesto y humillante. Medea, trastornada de horror, que acuchilla breve y eficazmente. Erguida sobre un túmulo de soledad y espanto. Advirtiendo quizá que la piedad impregna previamente a la sangre, la punta de la espada que gotea de rojo sobre los cuerpos de los hijos tendidos en la tierra.


IV.-

La pluma con el que el autor griego traza sobre el alisado rollo vegetal quiebra su punta dejando un rastro rojo de tinta que interrumpe de súbito la cuidada escritura. E incluso él mismo, que hará huir a su protagonista, tras su crimen odioso, en un carro celeste de serpientes aladas, como fín de su drama, parece finalmente refugiarse en el mito, intentando apartarse de un final tan oscuro y absurdo, sin sentido ninguno ante medida de dolor y locura tan altos e insufribles , de un final mas real, mas vérídico, no ya para Medea y los seres que odia, sino tambien para todos los hombres, como la propia muerte. Cuando el coro ha callado y el telón cae definitivamente sobre los personajes y la embocadura del teatro.

Alfredo Piquer. 25 Septiembre 2002.




Voz.-

Nikolai Andreievich levantaba a intervalos la vista del papel pautado y se quedaba mirando hacia el vacío, como intentando atisbar algo lejano tras las notas que iba poco a poco prendiendo al pentagrama.

Con el pulgar y el índice se ordenaba el mostacho dejándose llevar deliberadamente del sentimiento de algo inmensamente distante, algo que aún sonaba en su mente como la impronta de un recuerdo perdido llegado hasta él igual que un eco arcaico, atávico, heredado de modo inconsciente a través de múltiples generaciones.

Pero el misterio es en sí mismo inaprehensible, inexplicable; aún mas, no debe jamás ser explicado, sino solo sentido, sugerido, entrevisto… percibido en un estado espiritual de exaltación intensa, como el impacto de lo que no puede ser expresado, de lo que no puede ser nunca del todo comprendido. Eso es, se decía, la esencia real de la poesía, la máxima expresión del sentimiento, poesía sin palabras: solamente la música.

Cómo encerrar el poema en ninguna estructura! Un cuarteto, una sonata… ni siquiera en la propia sinfonía. Tal vez solo el espíritu de lo sinfónico pudiese estar en consonancia con su trasfondo verdadero. Y el canto, la música ancestral, la voz, el primer y más sublime instrumento del hombre.

Era el tema, quizá, la evocación difusa, aún descriptiva, de múltiples historias antiquísimas narradas por la hurí, tal vez la favorita, de un harén exquisito, durante tantas noches, dejando cada una su relato en suspenso, en el momento crítico de máximo misterio, de interrogante máximo, como sus mismos ojos insondables, su misma belleza indescriptible, ante los que la crueldad del sultán, impotente, quedaba una y otra vez soslayada, pospuesta.

Sería acaso posible traspasar un abismo sobre la resonancia, apenas perceptible, de lo desconocido en las maderas, los metales, y en las cuerdas del tiempo?

Todo un tratado de instrumentación, su formación amplísima, sólida técnica, todo el conocimiento de lo armónico, toda su larga trayectoria orquestal, su experta labor al frente del Conservatorio de San Petersburgo, serían herramientas adecuadas para aproximarse tan solo al sonido del misterio?

Tal vez al describir las míticas leyendas que la sagaz esclava refería noche a noche, las notas le trajesen otros ecos, aún mucho mas distantes, descubriendo el verdadero origen de aquellas narraciones, despertando en el alma del oyente la memoria recóndita de un pasado remoto de oscuridad y de sueño.

La voz de la mujer, cuatro cuerdas al aire, Sol, Re, La, Mi; la extensión absoluta de su vibrante tesitura, solemne y majestuosa en los pasajes graves, ágil y rapidísima en los agudos, aquella voz femenina bellísima, sensible y deliciosa, apenas un mínimo movimiento del arco, el violín, los trinos, los staccatos, los pizziccatos, como gotas de espuma salpicando las rocas de los acantilados, los costados heridos de naves naufragadas de audaces y perdidos marinos…

Nikolai Andreievich volvía la mirada sobre la partitura, ajustando las gafas, mesándose despacio la barba larga, ya ostensiblemente agrisada y escribía, en el verano ruso, levantándose a intervalos del piano, yendo y viniendo, insatisfecho todavía con la obra, inquieto ante su estreno próximo.

Empuñó el violín y la oyó entonces… exótica, hierática, vestida de plisados transparentes linos, en el atrio de un palacio de columnas inmensas, parecidas a lotos, a cañas de altísimos papiros cubiertas de extraños jeroglíficos, adornada de joyas centelleantes de oro y lapislázuli, en la ribera de un rio cambiante y caudaloso, bajo la luna llena circundada de cobras y de buitres…

Y anotó, añadió y transformó lo escrito y completó el poema, pleno ya de sentido, de la emoción intensa del eco del misterio en el sonido excelso del ligero instrumento, la voz de una mujer ajena al tiempo, Sheherazade, capaz de transportarle a la profundidad de lo sacral, de lo sublime, a él, Nicolai Andreievich Rimsky Korsakov.



Ametralladora.-

Sentado tras la “Hotchkiss” de 7 milímetros frente a la anchura del paisaje del Jarama, contempla un cielo gris de plomo que oprime la tarde. En el primer año de guerra toda la tierra tiene matices cenicientos augurando la saña cruda y cruel de la batalla.

Madrid en la conciencia, Madrid que bien resiste! El físico bastión de la legalidad de la República. De un gobierno exilado a la fuerza confiando la capital sitiada al valor de la Junta de Defensa del General Miaja.

Tienta la culata ladeada de la Hotchkiss, donde apoyar el hombro magullado por la vibración y el retroceso de la potente, presta ametralladora. El afuste en forma de “u”, fortísimo en el trípode; los paralelos discos transversales del cañón, el fuerte acero gris y el brillante latón de los remates de la máquina. Y no falla la Hotchkiss, barriendo con su fuego las posiciones enemigas; anda jaleo!, suena la ametralladora, vigilando constante, guardando la ladera donde aguanta firme la brigada. Ni la “Maksim” soviética, ni la italiana “Fiat”, capturada en alguna ocasión al enemigo, pueden compararse a la Hotchkiss; tan sólida, tan bella, tan potente y precisa.

Lejos Polonia; los campamentos franceses, los campos de fugaz instrucción en Albacete. Solamente unas horas en Vicálvaro a primeros de Noviembre. Y después todo el frío del invierno ya en el frente, agrupados todos los batallones de la 11 Brigada, los belgas, los franceses , los compatriotas de la Drombrowsky; muchos supervivientes ya fogueados en Aragón o el Tajo, intacto el ideal antifascista de libertad y de justicia, generosa la sangre, enfangados, heridos, ateridos en las trincheras ( si me quieres escribir, ya sabes mi paradero) , bajo la lluvia y las balas enemigas. Apenas unas pocas palabras en inteligible castellano: tabaco, camarada, libertad, España y muerte.

Pero la Hotchkiss. La Hotchkiss que contiene el reiterado asalto de moros e italianos. La Hotchkiss que no falla, que tabletea segura y letal entre la bruma y el frío de Febrero.

Saltan los milicianos fuera de las defensas, el mauser en la mano. Hay abajo un fotógrafo yanqui que dispara su cámara cuando caen los soldados, detenido su salto por el fuego enemigo, detenido el momento de su muerte heroica para la historia. Y la Hotchkiss, que , aun pesada, se carga y se transporta para avanzar el puesto, hasta el embudo de algún obús de artillería y se emplaza de nuevo para barrer y batir al contrario y apoyar la ofensiva.

Y suben por la ladera los fascistas al repetido asalto, a escasos 20 metros. Aherroja la Hotchkiss, introduce el camarada el peine de balas mientras sujeta con una mano el tripode; oye un tiro cercano y se desploma al lado el compañero. Presiona el gatillo de la ametralladora sin dudar un instante pero un silencio extraño y una perplejidad inesperada sobrevienen de súbito. Una vaina vacía de latón abollado impide el paso de los sucesivos proyectiles. La Hotchkiss no dispara. Suenan entonces varios tiros certeros de una pistola austriaca que le apunta.

Alfredo Piquer 5/6/2002




Museo.-

Llovía fuera. El invierno y el día laborable mantenían el Museo prácticamente desierto. Los pasos sonaban sobre el suelo encerado de las salas sucesivas pobladas de objetos que , hoy, en semipenumbra, tenían un ambiente lóbrego y de misterio inexpresado. Traspasada alguna de las altas puertas, inesperadamente, casi como si fuese desde su propio subconsciente sobrecogido, desde un rincón oscuro y escondido le llamó cierto leve destello. Algo como una mirada, y acudió.

Estaba allí, de frente. El “klaft” y los adornos y un pectoral de alas recubriendo su cuerpo, pintados en la tapa del sarcófago erguido a la altura de la que fue casi realmente la suya. Cubierta por los rezos piadosos y las invocaciones fervientes a los dioses y las fórmulas, esta vez eficaces, para el logro perenne de la luz eterna, de la vida por encima del tiempo, y aquellos rasgos hermosísimos y aquellos ojos intensos que miraban , se diría aun risueños, vivos a través de los siglos.

Se enamoró de ella. Le dijo que la había buscado durante mucho tiempo. La percepción del paso de los largos minutos en los que estuvo allí, absorto en su belleza, se detuvo. Y ella le respondió en silencio. Le juró amor eterno. Desde el vano vacío y oscuro que guardaba tras la tapa de madera pintada donde latía su corazón de aire.

Volvió sobre sus pasos. Regresó a otras estancias y recorrió la historia. Viajó a través del tiempo enfebrecido y agotado queriendo constatar la realidad de aquel sentimiento descubierto de súbito, nacido en el silencio y la penumbra de algún rincón perdido del pasado.

Y miró a otras mujeres, y buscó otros amores. A las sacerdotisas de la ancestral Iberia, resplandecientes de peinetas y torques, de collares de oro conservando aun intacto un matiz sutil de carmín en las mejillas. A las “korai” griegas, rizado y negro el cabello sobre los rectos peplos, de pliegues como las olas del Egeo; en las fiestas de música y poemas, cálidas como volcanes, que guardaban sus ecos en los muros derruidos de Pompeya. Entre los rostros virginales que posaron, ajenos casi al mundo, delicadísimos, para las tablas de los pintores de Flandes; en los retratos de la escuela Lombarda de damas italianas, en el Renacimiento. Incluso se atrevió a mirar, sin que le viese, a aquella del maestro que sostenía un armiño blanco entre los brazos. Entre las mismas Gracias exuberantes y excedidas de color y pinceles del Barroco. En el blanco marmóreo de líneas precisas y sutiles de aquellas nobles damas neoclásicas del Imperio. O las hembras bellísimas de piel aceitunada de pecho como fruta, desnudas bajo el sol de las playas de palmeras, tan distantes de Montmartre, de París ...

Pero no pudo nunca concebir otro amor y regresó ya exhausto para buscar de nuevo aquellos ojos de madera pintada en el rincón oscuro del pasado y constatar el hecho de su pasión verídica, salvada la frontera ingente del tiempo y de la muerte. Transgredida tal vez y sin saberlo la línea imperceptible del sosiego equilibrado del cerebro, empujado por miedo o frustración acumulada por la vulgaridad , la estulticia espantosa de otros amores de la vida real externa a las paredes silenciosas del Museo.
3/6/2002