Se dicen los poemas que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados, piden ser, piden ritmo, piden ley para aquello que sienten excesivo.
Poesía para el pobre, poesía necesaria como el pan de cada día,como el aire que exigimos trece veces por minuto, para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
No es una poesía gota a gota pensada. No es un bello producto. No es un fruto perfecto. Es algo como el aire que todos respiramos y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son palabras que todos repetimos sintiendo como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado. Son lo más necesario: lo que no tiene nombre. Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.

(Gabriel Celaya)
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Instrucciones de uso.

La plantilla de este blog, como creo que no sería seguramente necesario explicar, tiene dos columnas independientes. La de la Izquierda, más ancha, con entradas, textos e imagenes, propias. Y la de la derecha, más estrecha, asimismo independiente aunque textos e imágenes de una y otra puedan coincidir a la misma altura en la pantalla.
Por lo demás se use y ojalá se abuse en el mejor sentido. Se admiten todos los comentarios y críticas. Significará que los poemas, textos o imágenes habrán podido sugerir algo positivo al visitante o lector.
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viernes, 29 de julio de 2011



Ave.

Como la oscuridad que ha habitado
tus ojos, que ha cubierto tus párpados
íntimos y ensombrecidos;
como las ondas expandiendo su círculo
en el agua profunda callando tu jadeo,
tu palabra final, que me cobija
en el remanso umbrío que brota de tu sexo
cuando abres -de par en par- el beso de su herida;
como las alas que han cubierto de sombra
las flores de tu pecho desbocado y altísimo;
nave de apaciguado vuelo que regresa hacia el sueño;
infinitud extraña sobre el agua…

Igual mi oscuridad atado a ti, oculta ya mi voz,
mi última palabra  que habita el universo
sagrado de tu entraña anochecida y cálida
eternamente fúlgida y envuelta en el silencio
que me une, que me transforma en ti,
en ti, la hembra negra y alada de la muerte.

Alfredo Piquer

miércoles, 27 de julio de 2011

John William Waterhouse. Ulises y las Sirenas.


Penélope (II).-

Penélope me mira con sus ojos corinto
y hay un dolor oscuro en su telar
y una densa tristeza entre la sangre
con que tiñe sus labios de palabras ocultas,
y una luz que se filtra por el angosto paso
que cierran tormentosas las piedras de su escarpa.
Y aun se oye la vibración difusa de su lira
estrellada bajo la roca Leucade.
Pero aun vive, yo he visto el brillo de la hoja
afilada que esconde en su denso oleaje
la luz que ha cercenado tantas y tantas noches
mi amor de pretendiente; Una luz como un sueño
perdido dentro de un laberinto.
Penelope agita los largos rizos negros
y acecha sin descanso volando en torno al mástil
de mi nave y ronda ante su proa y se posa en su jarcia
y vigila mi boga y canta con su canto irresistible,
alado, dispuesta a devorarme hasta los huesos.
En sus manos un gesto solemne y afilado
ha dividido el mar de un solo tajo.
Penelope sostiene con sus manos serpientes
que muerden su ponzoña nocturna de amargura.
Yo me ato a su sangre, la que tiñe sus labios
de tristeza, y su telar oscuro donde teje y desteje,
con hilos desolados como el que lleva al centro
del mismo laberinto, la tormenta que estrella
mi nave entre sus rocas, al sueño estremecido
donde destella el filo de la hoja que cercena
mi amor de pretendiente. El vuelo de los hilos
rojizos de su telar oscuro, la extraña luz
oculta y afilada de sus ojos Corinto.


Alfredo Piquer Julio 2011

viernes, 22 de julio de 2011

Cecilia .-                                                                                De sus ojos, comoquiera ella los mueva,
surgen espíritus inflamados de amor,
que hieren los ojos de quien entonces la mira,
y tanto lo traspasan que al corazón llegan:
vos la veréis Amor pintado en el rostro,(5)
allí donde nadie puede mirarla fijo .
(Dante Aliguieri. Vita Nuova XIX)

(Cecilia te pregunto no porque yo pretenda
agotar tu alabanza sino para acercarme
quizá hasta tu misterio. “Empéñate si quieres”
en ser franca con hombre de otro siglo futuro
y responde sincera pues no es gente villana)

Cecilia tu podrías asegurar sin duda
que fueron sus pinceles los que te dibujaron
con sutil línea de óleo sosegada y precisa
sin alterar un ápice tu gesto detenido
en el lienzo, el tenue movimiento de tus ojos.
Se que nada seguro se perfilaba aún
en el tiempo lejano de luces y penumbras
donde el paisaje abría apenas su latido
bajo el oro estofado de las tablas.
Cecilia, que secreta caricia dedicabas
para el blanco animal enamorado
que acunaban tus brazos
como un ritual de pájaros danzando
sobre el marfil ajado de las teclas de un clave.
Y una máquina extraña de engranajes y vigas
y alas desplegadas de ficticio murciélago
ascendía al espacio que señalaba alzado
el dedo de San Juan, y el enigma en el gesto
de Lissa Gerardini vivía por los siglos.

Cecilia todavía permaneces posando
delante de ese viejo caballete
y tu mano exquisita retiene el blanco armiño,
oh dama gentilísima! Oh tú, princesa pura
en esta fría estancia! Y son aun sus pinceles
con sutil línea de óleo los que te representan
sobre el oscuro fondo donde habita  furtivo
y oculto el infinito   en el preciso instante
en que has vuelto tus ojos de pronto hacia lo eterno.


martes, 12 de julio de 2011

De Hilario Martinez Nebreda



A mi amigo Alfredo que al nacer
creyeron ser un Nibelungo
y, por su Karma, era un fragmento
del esperma de Homero.


Arúspice que en pecios desentrañas
el alma, despabila geometrías,
sueños, amores perdidos en Troya.
¡A Gelidonya... Alfredo, de la mano!

Tronara mi garganta y con Homero
de maestro aprendiera a decir: "¡ánimo!,
déjate llevar del viento que baja
del mastil a la proa", cual Patroclo,

Paris y Agamenón, Hector y Aquiles.
¡Ánimo, buceador de esponjas!. Rocas,
algas azules en un mar de cobre,

en Uluburun. Sal. Rumor de dóciles
manos, que al excavar en las aguas
se salvan de la arena y el naufragio.


Hilario Martinez. Nebreda. Julio 2011

domingo, 10 de julio de 2011

David Torres.  "EL MAR EN RUINAS"

“…Entre las nieblas del amanecer, los islotes de arena blanca surgieron uno a uno, un archipiélago de mármol brotando del mar como gotas petrificadas de una eyaculación divina. Odiseo divisó a una jovencita jugando en la arena de la playa y decidió acercarse para preguntarle el rumbo y recoger algo de fruta para el viaje. La niña hizo visera con la mano y le saludó desde lejos. Durante unos momentos, el pelo rubio, los ojos claros, las caderas infantiles y los finísimos tobillos bascularon al viento. Para cuando la quilla tocó fondo, tu padre ya estaba rumiando la forma de seducir a aquella belleza inverosímil que parecía recién nacida de las aguas. Le preguntó el rumbo a Ítaca y ella señaló hacia levante. Casi se quedó sin aliento al descubrir, al final del brazo extendido, la axila sin sombra, limpia y fresca como el nácar. Sintió un deseo loco de agacharse y posar su oído en aquella caracola para saber si podía oírse el mar. Entonces bajó los ojos y vió los pechos apenas esbozados, despuntados en dos rosas tiernas, el vientre suave y sin ombligo, el pubis sin el menor vestigio de vello, los muslos devanándose en miel viva. Cuando le preguntó si podía darle algo de fruta, seguía enredado en los pequeños dedos de los pies, entrelazados en el último estertor de una ola.
-Qué clase de fruta?- , respondió ella, y él no supo qué responder al enfrentarse a sus ojos, escritos con todos los verdes del mar. De golpe supo que ella era algo más que una niña o una mujer: era un país, una tierra, una raza. Y comprendió que podía navegar en ese rostro durante el resto de sus días, tomando como norte los soles rubios de su pelo, sin cansarse jamás de contemplar el alba en sus mejillas, la tierna noche de su boca o los escarpados arrecifes del iris. Cayó de rodillas, al compás de una ola que rompía contra aquellos pies minúsculos, y se agarró a su cintura mínima y perfecta no como si se encontrara en medio de una tormenta y ella fuese un navío, sino más bien como si él fuese un navío roto y desmadejado, y ella la tormenta.”

(Ed Destino, Barcelona. 2005)