Se dicen los poemas que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados, piden ser, piden ritmo, piden ley para aquello que sienten excesivo.
Poesía para el pobre, poesía necesaria como el pan de cada día,como el aire que exigimos trece veces por minuto, para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
No es una poesía gota a gota pensada. No es un bello producto. No es un fruto perfecto. Es algo como el aire que todos respiramos y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son palabras que todos repetimos sintiendo como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado. Son lo más necesario: lo que no tiene nombre. Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.

(Gabriel Celaya)
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Instrucciones de uso.

La plantilla de este blog, como creo que no sería seguramente necesario explicar, tiene dos columnas independientes. La de la Izquierda, más ancha, con entradas, textos e imagenes, propias. Y la de la derecha, más estrecha, asimismo independiente aunque textos e imágenes de una y otra puedan coincidir a la misma altura en la pantalla.
Por lo demás se use y ojalá se abuse en el mejor sentido. Se admiten todos los comentarios y críticas. Significará que los poemas, textos o imágenes habrán podido sugerir algo positivo al visitante o lector.
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domingo, 10 de julio de 2011

David Torres.  "EL MAR EN RUINAS"

“…Entre las nieblas del amanecer, los islotes de arena blanca surgieron uno a uno, un archipiélago de mármol brotando del mar como gotas petrificadas de una eyaculación divina. Odiseo divisó a una jovencita jugando en la arena de la playa y decidió acercarse para preguntarle el rumbo y recoger algo de fruta para el viaje. La niña hizo visera con la mano y le saludó desde lejos. Durante unos momentos, el pelo rubio, los ojos claros, las caderas infantiles y los finísimos tobillos bascularon al viento. Para cuando la quilla tocó fondo, tu padre ya estaba rumiando la forma de seducir a aquella belleza inverosímil que parecía recién nacida de las aguas. Le preguntó el rumbo a Ítaca y ella señaló hacia levante. Casi se quedó sin aliento al descubrir, al final del brazo extendido, la axila sin sombra, limpia y fresca como el nácar. Sintió un deseo loco de agacharse y posar su oído en aquella caracola para saber si podía oírse el mar. Entonces bajó los ojos y vió los pechos apenas esbozados, despuntados en dos rosas tiernas, el vientre suave y sin ombligo, el pubis sin el menor vestigio de vello, los muslos devanándose en miel viva. Cuando le preguntó si podía darle algo de fruta, seguía enredado en los pequeños dedos de los pies, entrelazados en el último estertor de una ola.
-Qué clase de fruta?- , respondió ella, y él no supo qué responder al enfrentarse a sus ojos, escritos con todos los verdes del mar. De golpe supo que ella era algo más que una niña o una mujer: era un país, una tierra, una raza. Y comprendió que podía navegar en ese rostro durante el resto de sus días, tomando como norte los soles rubios de su pelo, sin cansarse jamás de contemplar el alba en sus mejillas, la tierna noche de su boca o los escarpados arrecifes del iris. Cayó de rodillas, al compás de una ola que rompía contra aquellos pies minúsculos, y se agarró a su cintura mínima y perfecta no como si se encontrara en medio de una tormenta y ella fuese un navío, sino más bien como si él fuese un navío roto y desmadejado, y ella la tormenta.”

(Ed Destino, Barcelona. 2005)

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