miércoles, 29 de agosto de 2012
De Zhivka Baltadzhieva
ULISES
A la playa de Ítaca
me trajeron dormido,
un cuerpo inerte sólo.
Primero
no me reconocieron
y después nadie me preguntó
nada.
He matado a los pretendientes.
Y más
no tengo que navegar.
No tengo que inventarme.
No tengo que inventar nada.
No tengo que ser
otro.
No tengo que ser.
Ni siquiera yo
sueño con Odisseo.
Mi fuga
a lo real
se ha cumplido.
sábado, 11 de agosto de 2012
El mar donde la muerte.(II)
“ En el principio solo fueron el silencio y el mar” (Tales de Mileto)
“… y será el mar tal vez donde la muerte”. (Jose A. Gomez Coronado)
“… y será el mar tal vez donde la muerte”. (Jose A. Gomez Coronado)
“Porque todo va al mar…” (Francisco Brines)
Mas allá de la noche leve y enmudecida
en el límite opuesto del océano
me convocaba el mar.
Yo acudía a su cita irresistible
como un vértigo sordo y solitario
hacia un mundo de islas y dioses ancestrales.
Yo huía, retornaba hacia el último azul,
hacia su vastedad de luz cristalizada
y su blanco destello de infinito.
Era la voz atávica de un horizonte
dejado atrás, como el último puerto
abandonado para siempre en la infancia,
persistente llamándome desde el umbral
recóndito donde esconden los pájaros
del tiempo su vuelo de silencio.
Y en el mar se escuchaba un eco inacabable,
un aleteo tenue de sirenas, un canto
reiterado y secreto entre las olas
y las horas pausadas prometían lejano
un fragor constante de arrecife.
Enfebrecido el mar, por la furia de un dios
triste y airado, levantaba nocturno
su ira oscura, desolada y salobre.
Yo transgredía viejas cartas de marear
y primitivos mapas hace tiempo heredados
de pilotos fenicios, y navegaba indemne
entre Escila y Caribdis y añadía más horas
al giro del planeta y la tarde de bronce
se llenaba de naves victoriosas
de nuevo en Salamina; porque aquella batalla
volvía a ser ahora y decidía el destino del mundo.
Yo bogaba otra vez en la ligera nave del divino Odiseo
porque mi espíritu de navegante eterno
regresaba a la patria olvidada de juventud
con la nostalgia honda izada entre la jarcia
sobre el azul profundo de las olas.
Y mi periplo errático no avistaba la tierra
y una luz implacable de sal y de diamante
envolvía mis días de la fúlgida costra
que destruye despacio la memoria.
II.-
Apareció de pronto; su mirada
encontraba la mía; una humedad nocturna
de paraje lejano, de espuma oscurecida
y cósmica, brillaba en sus pupilas.
Despertaba despacio, amanecía
con un incendio metálico y azul
prendido entre los labios y la tibia caricia
de su arena acogía mi cíclica derrota .
Y me ofrecía su piel de alba y caracola
donde la playa blanca era infinita,
donde los días no hubiesen terminado,
eternos el amor y el olvido!
Y estaba allí, al fin hallada, isla
revelada y tangible, elegida de príncipes,
fúlgida como el oro de Tracia y de Micenas,
nacarada ofreciendo la arena de su orilla,
inequívocamente heleno el rizo
sobre el engobe rubio de la crátera,
violeta sobre la piel del mar,
dorada en la extensión inmensa del crepúsculo,
embriagadora y bella como un regalo
de los dioses preñado de saqueo.
Estaba allí, perfilada de azul,
encallada la firme carena de mi nave
en la humedad rosada de su playa.
III.-
Y se perdió después en el olvido,
y se que ya no existe, que su fulgor de mar
y de pasado era el resto dormido
de una ciudad vencida y silenciosa.
El tiempo fue el vendaval terrible
que arrasó nuestros nombres
como un rumor oculto en el eco lejano
de la lluvia, sepultados los días,
en una tumba de agua donde yacen
las ánforas que guardan la memoria
de todos mis naufragios.
Yo retorné a mi senda perenne y sumergida,
a mi absurda nostalgia de galerna
y sus ojos vertían, transparente, otro sueño
perdido, y en sus labios ahogaba un incendio
inmolado y desnudo de mar inhabitable
y sus lágrimas regresaban conmigo
hacia las olas, porque todo es regreso,
porque al fin todo vuelve al punto de partida
como el largo silencio escondido de los pájaros.
Más allá del difuso contorno del océano
solo otro mar espera donde la sed
se apaga y el tiempo y la memoria
se ciernen para siempre de sombra
porque todo va al mar, a otro mar sin orillas
que existe insoslayable al fin de todo mar.
jueves, 2 de agosto de 2012
Lecho.-
Te he amado sobre el mar, mi único lecho
porque el mar fue la cuna, donde oí
el canto más temprano del mundo
y el brillo de la arena en la marea baja
fue la firme promesa que el tiempo me hizo
tantas veces de infinitud y amor en el crepúsculo.
Te he amado sobre el mar y el oleaje
se bordó de la espuma blanca de tus “te quiero”
y te he seguido amando aunque los cúmulos
cubrieron de tristeza y de lluvia nuestra playa.
Te he amado sobre el mar porque su azul
profundo, su intensidad de sal y su latido
alzan el altar único donde la piel
se inmola y los ojos se abren para el amor
junto a otra piel transida de la plata
irisada de los seres marinos.
Te he amado bajo el mar, en el verde translúcido
y frío de sus aguas, como el ser no nacido
al que espera un exilio deslumbrado de lágrimas.
Y te amo bajo el mar, aunque apenas respiro
y giro a todas partes en esta inmensidad
sombría de sus ondas para seguir buscándote
solo donde la vida es libertad y sueño.
Pero el mar es el tálamo donde el amor naufraga,
donde tal vez su furia y la soledad de su alma
anegan los altares de esa efímera gloria
en el umbral exacto del silencio.
Minotauros atroces rondan su laberinto
y se queda desierto, esquivo y desolado,
sumergido en un sueño de inconsciencia infinita
o en un llanto trágico de galerna.
Porque ya sabe entonces que no es mar
sino solo vacío, que su memoria es líquido
y ronco lamento de la resaca y en el aire
y la luz ensombrecida de la playa, solo queda
el fulgor exiguo y apagado del nacar en la arena.
Y ahora te amo lejos del mar, con el dolor
de un regreso imposible hasta su orilla,
con la palabra rota del oleaje
que recuerda tu nombre, con la herida salobre
e incrustada de pólipos que ya no se me cierra.
Lejos del mar porque se que algún día
su seno, que fue cuna y fue tálamo y altar
inmarchitable, será el último lecho donde oiga
el canto silencioso de tu olvido.
Te he amado sobre el mar, mi único lecho
porque el mar fue la cuna, donde oí
el canto más temprano del mundo
y el brillo de la arena en la marea baja
fue la firme promesa que el tiempo me hizo
tantas veces de infinitud y amor en el crepúsculo.
Te he amado sobre el mar y el oleaje
se bordó de la espuma blanca de tus “te quiero”
y te he seguido amando aunque los cúmulos
cubrieron de tristeza y de lluvia nuestra playa.
Te he amado sobre el mar porque su azul
profundo, su intensidad de sal y su latido
alzan el altar único donde la piel
se inmola y los ojos se abren para el amor
junto a otra piel transida de la plata
irisada de los seres marinos.
Te he amado bajo el mar, en el verde translúcido
y frío de sus aguas, como el ser no nacido
al que espera un exilio deslumbrado de lágrimas.
Y te amo bajo el mar, aunque apenas respiro
y giro a todas partes en esta inmensidad
sombría de sus ondas para seguir buscándote
solo donde la vida es libertad y sueño.
Pero el mar es el tálamo donde el amor naufraga,
donde tal vez su furia y la soledad de su alma
anegan los altares de esa efímera gloria
en el umbral exacto del silencio.
Minotauros atroces rondan su laberinto
y se queda desierto, esquivo y desolado,
sumergido en un sueño de inconsciencia infinita
o en un llanto trágico de galerna.
Porque ya sabe entonces que no es mar
sino solo vacío, que su memoria es líquido
y ronco lamento de la resaca y en el aire
y la luz ensombrecida de la playa, solo queda
el fulgor exiguo y apagado del nacar en la arena.
Y ahora te amo lejos del mar, con el dolor
de un regreso imposible hasta su orilla,
con la palabra rota del oleaje
que recuerda tu nombre, con la herida salobre
e incrustada de pólipos que ya no se me cierra.
Lejos del mar porque se que algún día
su seno, que fue cuna y fue tálamo y altar
inmarchitable, será el último lecho donde oiga
el canto silencioso de tu olvido.
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