Selkit. Cofre canópico de Tutankamon (Hacia 1350 a J.C. )
Una mujer.-
“Entonan cánticos celestiales con los labios mancillados de tierra”
(Louis Welden Hawkins)
I.-Un arcángel, un santo, un ser alado
inmarcesible y puro, postrado ante la hembra
que engendra un dios, sin detrimento del silencio,
de la dorada luz que envuelve su misterio.
Un arcángel , un santo que le anuncia, increíble,
el suceso: hágase en ella la palabra más alta.
Pero es ella una mujer, la que genera
un hijo extraordinario, la trenza lateral
sobre el cráneo afeitado, sentado en su rodilla.
Ella es la fuerza oscura e invencible
El vértigo que siembra mi tristeza y mi gozo,
la esfinge ante quien yerro la respuesta.
Manifiesta su rostro de aquelarre y lanza
su funesta palabra. Quien es ella,
la escuálida, de vestido espantoso
que parece no habitar este mundo?
El alba son sus ojos y los miro
sin poder evitarlo. Su frialdad eterna
corre desnuda en torno del banquete
de esponsales delante de mis perros.
Yo la alcanzo a caballo y arranco de su pecho
el corazón helado. La persigo de nuevo
y vuelvo a asesinarla y me suicido,
imparable y amarga la hemorragia
de días anegados de sangre de la ira.
II.-
Una mujer, reencontrado paisaje
bajo el repinte oscuro y los viejos barnices
del tiempo transcurrido.
Una mujer, la risa que convoca a la vida,
la palabra y el beso, la voz que en el espejo
del arroyo devuelve el eco de su amor
y define la tierra. Una mujer ligera
blanca de luna, arena dulce y amansado oleaje,
de mar negro y galena alejados y oscuros,
una hembra oceánica entristecida y honda
como princesa rota de una isla anegada,
una mujer airada que esconde bajo el halda
el afilado alfanje que ha segado mi cuello,
una mujer serena que retorna
al cabo del extraño laberinto del tiempo
a reclamar la paz en el crepúsculo.
Ella, la que sigue llamando
con la voz ineluctable de su sexo.
Ella, el poema perfecto, la belleza absoluta
que grita la pujanza imparable de la especie,
del animal futuro cuya piel se despoja
mientras brotan sus alas.
Llega para el amor, su orografía ebria
fluída y cálida como un mar que bordea
los lindes de la muerte. La sangre de los labios
con que despierta el pulso de la tierra;
las flores estelares que brotan en su pecho
mitigando la sed del corazón vacío,
sus pliegues submarinos augurando otros ámbitos
secretos donde crece una luna que alumbra
el primer llanto del hombre. Existe antes de Adán,
es ella quien modela la arcilla de otro sexo,
la seduce y la yergue desde el amanecer del mundo.
III.-
Todas ellas son la misma mujer
que vuelve una vez y otra vez como la noche
a recordar amargo el rumor de la lluvia.
Solo ella convoca nuevamente
mi devastada juventud cuando levanta
dulcemente mi cuerpo calcinado que soslaya
su doliente ceniza con asombro.
Solamente su pecho repite la llamada
que descifra el sentido del mundo.
Y solamente un ángel, un ser privilegiado,
inmarcesible y puro se arrodilla ante ella
para anunciar un dios que alienta ya en su entraña.
Lo sabe porque es ella quien enfurece el mar
y alza su oleaje de galerna y lo secciona
para que lo atraviese el pueblo que ha elegido
y lo amansa de nuevo ya vertida su espuma
y amansadas sus olas en la orilla.
Una mujer, que esboza una sonrisa de sfumatto,
que sostiene perenne con un leve desdén el universo
mientras el tiempo nos lleva velocísimo
hacia el sueño más largo y claudican despacio
el cuerpo y el rescoldo del fuego que aun incendia
la quimera de su imposible amor,
como un canto celeste manchado entre sus labios .
La Anunciación. Fragmento (Simone Martini 1333. Galleria degli Uffizi. Florencia)
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