La princesa que vive sobre un charco escarlata
lleva la piel tatuada con palabras secretas
de una tierra sin nombre.
Hay en su cuello, rota, una tela de araña
que no detuvo afecto ni besos ni caricias
y en sus valles ocultos sueños palidecidos
se expanden como niebla de soledad.
Oscura su conciencia se pudre sobre el vano
nauseabundo del rencor y la ira
y su pecho, simétrica, esconde todavía
la tentación de un fruto ajado y venenoso.
Hubo siempre en sus bosques abrazos nunca dados
y un rictus en sus labios de desdén y en sus ojos
la piedra que me inunda perenne
de llanto inacabable desde el día lejano
en que encontré sus pasos;
una lluvia de lágrimas que ahonda las heridas
y me anega implacable en su charco viscoso
y escarlata.
28 mar 09
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