John William Waterhouse. The Lady of Shallot
La dama del Centro de Salud.- ( A Alfred Tennyson, con respeto)
Calles de Embajadores, Lavapiés,Tribulete,
empinadas de sol y de adoquines
camino abigarrado donde se abren
acaso las miradas de otras tierras lejanas
llegadas para buscar un poco de esperanza.
Hay lirios y narcisos que bordean mis pasos
cuando emprendo el camino que conduce
al Centro de Salud.
Hasta la torre doliente donde se halla oculta,
donde vive su vida de silencio desolada y lejana.
Inútilmente paso una vez y otra vez
al pie de sus ventanas donde nunca se asoma;
muchas gentes del barrio cuya piel es distinta
a las que ha ayudado dirían que la han visto,
susurrarían: “sí, es ella, es la enfermera dulce
del Centro de Salud.
Allí esta todo el día, tejiendo con trabajo
ímprobo el bienestar necesario para tantos,
pero también el mágico sudario para un muerto
hipotético que la acecha fuera de esas paredes,
la persistente maldición de un pálido
caballero que pasa una vez y otra vez junto a sus muros
y solo la pantalla imprescindible de ordenador
la lleva, nacarada, hacia lo externo del mundo
y los caminos tortuosos y tristes que suben
y se alejan del Centro de Salud.
A veces los viejos compañeros, las amigas, los médicos
la acompañan en las únicas horas donde tal vez
la vida le sonría un ápice y en su pantalla blanca
de ordenador no existe un mínimo aliciente
y otra voz renovada que le diga: “Es la enfermera dulce
del Centro de Salud.
Y con todo, no ceja en las horas oscuras de la noche
de buscar y buscar ante su espejo
poblado de silencios el resplandor que rompa
su hartazgo funeral de oscuridades.
Pero cerca cabalga el caballero pálido
que la busca hace ya mucho tiempo,
tal vez pensando que la bondad que adorna
su armadura sea el medio para asaltar el muro
del Centro de Salud.
Yo soy el caballero que pasa inútilmente
una vez y otra vez bajo la torre oscura
donde habita escondida. Quiza siempre temiese
que se rompiera el hilo que teje y que desteje
en la pantalla blanca que le habla del mundo
y hoy la vida de pronto se ha quebrado una vez más
cumplida la maldición del caballero pálido
como un fatal y amargo meteoro que ha rajado el espejo
de la enfermera dulce del Centro de Salud.
El viento de la ira de nuevo ha sacudido
al final de la tarde los caminos que vuelven solitarios
y ella se aparta de la visión del caballero pálido
que no encontró jamás su rostro en la ventana
y se tiende en los brazos de la niebla
y el río desolado de la furia la arrastra
con ímpetu mientras la noche apaga
una tras otra todas las estrellas
y la vida se aleja rauda y entristecida
del Centro de Salud
Quizá fue más sincera y luminosa
la palabra callada de la pantalla blanca
de su espejo de nacar que la visión del triste
caballero que nunca la encontró en la ventana.
Ambos estaban muertos porque su larga historia
se alejaba flotando por el amargo río de los días,
desde aquellos del Centro de Salud.
Cualquiera hubiese dicho, quizá con extrañeza:
“qué desgraciado muro, qué maldición oscura
separó al caballero pálido de su dama?
Porque siempre fue bello el rostro de la dulce enfermera
del Centro de Salud.
16 Marzo 2012
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