Pecio.-
el que balanceaba mis restos sumergidos
con el tenue vaivén de su cariciasalobre y submarina;
y cabalgaba blanca y arrebatada
como una ola erguida sobre mi sexo
inmerso en el misterio líquido de su entraña.
Y era su aura de sombra ancestral y marítima
la que mecía el pecio hondo y azul
de mi naufragio como algas que danzasen
con canto de mareas al fondo de su océano.
Yo recordaba Itaca y sus costas abruptas
y el desabrido suelo de su lar desolado
inerte al inclemente viento de su némesis.
Yo anhelaba la patria mientras cruzaba el mar
y llegaba a su costa terrestre y áspera,
sólida y calcinada de la desesperanza
que retuerce los troncos de los viejos olivos.
Y entonces empezaba este otro destierro
de añoranza del mar y su terrible herida
submarina y salobre y su oleaje
blanco y arrebatado, perdido para siempre,
que ahora mece al fondo de su océano
con su lenta caricia otro naufragio.
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1 comentario:
¡¡Precioso Alfredo!!
Los pecios, esas huellas silenciosas de los naufragios
del pasado.
Alla abajo, en la soledad absoluta de la profundidad,tras la tragedia del naufragio, siempre comienza de nuevo la vida.
Bucear en un pecio es de las actividades más poéticas que hay.
Besos!!
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