Penélope.- (II)
Penélope me mira con sus ojos corinto
y hay un dolor oscuro en su telar
y una densa tristeza entre la sangre
con que tiñe sus labios de palabras ocultas,
y una luz que se filtra por el angosto paso
que cierran tormentosas las piedras de su escarpa.
Y aun se oye la vibración difusa de su lira
estrellada bajo la roca Leucade.
Pero aun vive, yo he visto el brillo de la hoja
afilada que esconde en su denso oleaje
la luz que ha cercenado tantas y tantas noches
mi amor de pretendiente; Una luz como un sueño
perdido dentro de un laberinto.
Penélope agita los largos rizos negros
y acecha sin descanso volando en torno al mástil
de mi nave y ronda ante su proa y se posa en su jarcia
y vigila mi boga y canta con su canto irresistible,
alado, dispuesta a devorarme hasta los huesos.
En sus manos un gesto solemne y afilado
ha dividido el mar de un solo tajo.
Penélope sostiene con sus manos serpientes
que muerden su ponzoña nocturna de amargura.
Yo me ato a su sangre, la que tiñe sus labios
de tristeza, y su telar oscuro donde teje y desteje,
con hilos desolados como el que lleva al centro
del mismo laberinto, la tormenta que estrella
mi nave entre sus rocas, al sueño estremecido
donde destella el filo de la hoja que cercena
mi amor de pretendiente. El vuelo de los hilos
rojizos de su telar oscuro, la extraña luz
oculta y afilada de sus ojos Corinto.
A. Piquer
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