Hay una isla antigua en el vinoso ponto
que yergue cien ciudades, y en Cnossos
un inmenso palacio trazado de pasillos
y estancias intrincadas donde atávicos reyes
gobiernan sobre un reino milenario y marítimo.
Su reina Pasifae practica extraños ritos.
En sus manos exhibe venenosas dos víboras
que sisean en sus senos desnudos.
Ha pintado sus labios con un tono de sangre
futura mientras danza una danza de ira y de silencio.
Su frialdad insomne y su terca soberbia
impregnan de amargura el sueño de los suyos.
Sobre el cantil suplica a Poseidón el rey Minos
el fin de este suplicio amargo , y le pide un presente
grandioso que ofrecerle en magno sacrificio.
Bajo Akrotiri tiembla otra vez la tierra,
los delfines se alejan en el azul profundo
y en Kamares los pulpos esconden
su viscoso temor entre las rocas;
Y brama el mar con un mugido extraño
y ancestral de animal que despierta.
Las olas han traído hasta la orilla
un toro blanco como la espuma
bellísimo, enervado y potente.
Un hacha doble yergue sobre la nívea testuz,
un astro enfebrecido, creciente y afilado
son sus dos astas de luna.
Enorme y seminal manifiesta magnífico
su género sobre la arena tostada de la playa.
invade el sexo ajado de aquella reina oscura,
una fiebre voraz y depravada imagina
su cópula salvaje con la tremenda bestia.
Y le pide al artífice que le fabrique, cómplice,
que llame al blanco macho a penetrarla;
y el alargado bálano de la mítica bestia
siembra el vientre lascivo de un espantoso vástago.
Porque el dios del océano castiga
así la lúbrica locura de aquella triste reina
que ha manchado , sacrílega, su divino regalo.
En Cnossos hay un sótano laberíntico y lóbrego
donde dicen que habita un espantoso monstruo
que tiene cuerpo de hombre y cabeza de toro.
Pagan los enemigos de la lejana polis
el ominoso precio de una deuda de guerracon jovenes humanos de uno y otro sexo
para que el monstruo astado
que engendró la lujuria de la viciosa reina
los devore en su antro tortuoso;
Pero entre los cautivos hay uno temerario
que se parece a un dios; viene porque ha jurado,
como si fuese un naufrago que emerge de lo oscuro,
la muerte de la bestia que alienta entre la sombra,
trae consigo la fuerza que acabe la ignominia
de este continuo crimen.
Ariadna de rojo, bellísima, lo sabe
y el fuego del amor se ha encendido en su pecho
y le regala el hilo de su amor y su vida
para que no se pierda en el antro complejo
de sus días errados donde acecha
el funesto animal de la tristeza.
Solo con el recuerdo de los amigos muertos
puede vencer el pánico al pisar aquel antro
de pasillos oscuros que doblan y se pierden
y doblan, que hiede pavoroso,
sembrado de podridas osamentas;
y el húmedo silencio de las piedras viejísimas
se rompe finalmente por un ronco bramido;
tiene un hilo en la mano y una túnica púrpura
y en la alta cruz le hunde, matador, un estoque,
hasta su corazón.
Ariadna de rojo, la más pura,
la bellísima hija de los reyes de Creta
de piel crepuscular y ojos de algas
sueña un amor lejano de océano y el beso
de un héroe extranjero que la lleva
hacia la faz oscura de las olas.
Sobre el mar una nave traza la larga estela
hasta otra playa nueva donde duerme
Ariadna un intrincado sueño y sueña, y sueña…
Y abre los ojos y ha encontrado su lecho desolado
y vacío y ha encontrado la playa desolada
y vacía donde ninguna nave fondea ya.
El barco de su héroe ha partido.
Le llama todavía hacia esa estela
que deja su traición sobre el océano,
le suplica que torne el timón de su barco
y que vuelva hasta el lecho abandonado.
Ya no tiene otro ovillo que le ate
y le traiga otra vez hasta ella;
su turbia lejanía ha anegado de olas
de sollozo su corazón humillado y vacío.
Un llanto inacabable oculta los recuerdos
que dormían tendidos en la arena
y se trenzan efímeros al hilo que prolonga
el alargado agravio de una borrada estela
sobre el vaivén sombrío de las olas.
Hay huellas olvidadas y caminos azules
del tiempo laberíntico que impasible recorre
la frontera entre su piel y el mar;
cercenados caminos en su frente y su pecho,
que anhelan el espacio encendido
de otros labios en los valles feraces de su cuerpo.
Ariadna de rojo, su falda de volantes
tiene el color de un asta que la ha herido
despiadada en el pecho
y un velo funeral es la noche cerrada
en la isla de Naxos en el lejano Egeo;
más allá de todo devastado horizonte
huye el amor hacia otras orillas
y deja su paisaje cubierto ya del liquen
inerme y azulado del silencio.
Dicen que el mismo héroe que mató al minotauro
desesperado, mil veces la llamó antes de partir; dicen que un dios espléndido
la rescató piadoso desposándola;
Hay quien cree que ha muerto
por la envidia y los celos de una diosa.
Nada es cierto, el llanto desgarrado de Ariadna
se escucha aún en lo sombrío del océano.
Ariadna de negro, la más triste
hija de los reyes de Creta
de piel palidecida y ojos de lágrimas
llora un amor lejano en el océano…
y el regreso de aquel que ahora se adentra
entre la faz oscura de las olas.
donde susurra el mar sobre las conchas
lunares que fulgen en la arena,
siete estrellas de muerte sobrecogen
su palidez desnuda en la orilla desierta.
Ariadna se mata de tristeza infinita
mientras las olas acarician sus plantas
como si fuese un toro de piel blanca
surgido mansamente de la espuma;
sus lágrimas dejan sobre la arena un hilo
como la huella impresa
de la carena de una nave alargada
con una vela negra sobre el mástil,
un inicuo navío que no regresará
jamás del laberinto oscuro de las olas.
A. P. Mayo 13
2 comentarios:
Te dejo un pequeño poema a propósito del tuyo.
Volveremos a Cnosos,
habitaremos la tierra de la asfixia,]
la región de la pérdida.
Volveremos al tiempo de los cíclopes.]
Nos crecerá la vida hasta la sangre
en mitad de las manos;
nos crecerán los ojos hasta el frío.]
Volveremos a Cnosos,
al agua repetida.
Un abrazo, Alfredo, y toda la luz.
Precioso poema Ana, Gracias!
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